De corazón - Capítulo III
Capítulo
III
Me
acerqué a la puerta con miedo. No tenía mirilla así que grité un
quién es bastante alto para que me oyeran. Esperaba oír: somos la
policía de Sautron venimos a hablar sobre Travis Beaufort. Pero lo
que escuché fue: Megapizzas, servicio a domicilio.
Nunca
me había sentido tan estúpida y aliviada a la vez. Hice un gesto
con la mano a Travis para que se alejara y el repartidor no lo viera.
Travis se escondió en la cocina y abrí la puerta.
—¡Qué
rapidez! —exclamé
con una sonrisa—.
Y perdona, pero una vive sola y desconfía hasta de su sombra.
—Tranquila,
haces bien —me
dijo él picando un ojo.
—Espero
que no lo digas porque seas un asesino en serie… —dije
con una risa nerviosa, el chico me gustaba bastante—.
¿Cuánto te debo? —dije
cogiendo las pizzas.
—Si
fuese por mí te las daba gratis, pero tengo que volver al negocio
con dinero o con la mejor de las excusas.
—Gracias
—dije
soltando una carcajada después.
—Son
diecisiete con noventa, ¿no es mucha comida para ti sola? —preguntó
haciéndome sentir más nerviosa.
—Son
para mi… —no
digas novio—
novio.
—Ah…
pues siento la indiscreción —dijo
devolviéndome el cambio. Y se fue en su moto.
Soy
estúpida, siempre me pasa lo mismo. Me pongo nerviosa, digo
tonterías y río como si estuviese loca. Con razón no he tenido un
novio que me dure más de tres semanas.
—¿Novio?
—preguntó
Travis saliendo de la cocina.
—No
preguntes…
—¿Te
gustaba ese chico?
—Mucho,
¿tú cómo lo sabes?
—Porque
estabas igual de nerviosa que Rob cuando hablaba con Laura.
—¿Quién
es Laura?
—Su
novia, pero ella no se escapó con nosotros porque tenía miedo.
—Cuéntame
cómo te escapaste, tengo curiosidad.
—Esperamos
despiertos un buen rato. Teníamos miedo de dormirnos así que no
cenamos nada diciendo que no nos encontrábamos bien. El hambre no
nos dejó dormir y cuando escuchamos que el reloj de la catedral
—recordé
que esa misma tarde yo lo había escuchado antes de subirme al taxi—
marcaba las tres de la mañana, nos levantamos de la cama.
—¿Y
después?
—Después
subimos a la azotea y aprovechamos que pintaban la casa por un lado.
—¿Cómo?,
¿quiénes pintaban la casa?
—Unos
hombres que Lucrecia contrató para pintar el reformatorio por fuera
y estaban colgados de la pared.
—¿Subidos
en un andamio?
—No
sé como se llama eso, pero Rob nos dijo que teníamos que saltar
dentro. Y saltamos.
—¿Saltaste
al andamio desde la azotea?
—Sí,
pero estaba cerca porque empezaron a pintar desde arriba…
—Ya,
claro. Es un buen plan, ¿pero no te dio miedo?
—No.
El primero en bajar fue Rob y Mario, otro niño de diez años, nos
cogía a los pequeños en brazos y se los pasaba a Rob.
—Menudos
sois… —dije
sonriendo y contagiando mi buen humor a Travis, que seguía muy
preocupado por sus amigos.
—Luego
Rob pulsó unos botones y bajamos. Pensamos que nos iban a descubrir
porque hacía mucho ruido, pero nadie salió ni se asomó y cuando
llegamos abajo, corrimos muchísimo.
—¿Llegaron
a Sautron la primera noche?
—¿Dónde
está eso?
—Esto
es Sautron, Travis. El reformatorio está a varios kilómetros, para
ir tuve que coger un taxi porque era muy lejos.
—Pues
creo que sí, llegamos aquí esa noche.
—Debíais
de tener mucho miedo para correr tanto… ojalá pronto podamos meter
a esa bruja en la cárcel y salvar a tus amigos. Cuando sus padres se
enteren de lo que hacía Lucrecia con ellos, seguro que volverán a
casa con ellos.
—Aunque
mis padres sepan que Lucrecia me pegaba, no me querrán más ni me
tratarán mejor. Yo solo quiero vivir contigo, June.
Esa
tarde Travis y yo almorzamos unas pizzas mientras veíamos la tele y
jugábamos juntos. Estaba feliz, él porque ya no estaba con la mujer
mala y yo porque estaba con él.
De
pronto llegó la noche y sonó el teléfono. Volví a asustarme, pero
me tranquilicé y fui hasta él. Una llamada de la directora del
colegio Sainte-Marthe, se disculpó por lo tarde que era pero la
noticia que tenía que darme no podía esperar: necesitaba una
pedagoga urgentemente, a ser posible, mañana mismo.
Intenté
ocultar mi entusiasmo, como si no llevara semanas esperando que me
contrataran en algún colegio y acepté sin dudarlo. Colgué el
teléfono con unas buenas noches y me levanté para bailar de
alegría.
—¿Buenas
noticias? —me
preguntó Travis asombrado por verme bailar de aquella manera.
—Las
mejores —me
acerqué a él y tiré de su mano para que me acompañara al centro
del salón y bailar juntos.
—¿Quién
era?
—Arleth
Oralia Leveque, la directora del colegio Sainte-Marthe, me ha dicho
que empiezo mañana a trabajar.
—¿Cómo
profesora?
—No,
soy pedagoga, yo no doy clases a niños. Mi trabajo consiste en
ayudarles a aprender. Es un poco más complicado que ser profesora.
—¿Pero
te pagarán bien? —me
reí ante la pregunta.
—¡Sí!
Bastante bien, de hecho. ¿Por qué lo preguntas?
—Pues
porque si no te pagan bien no podrás seguir viviendo aquí, ¿no?
Esta casa debe de ser muy cara.
—Eres
espabilado, pequeño Beaufort. Lo cierto es que es carísima, pero
mis padres me ayudan bastante —Travis
agachó la mirada cuando mencioné a mis padres—.
¿Qué pasa?
—Nada,
solo que me has recordado a mis padres… —noté que tenía los
ojos húmedos.
—Quizá
hablar de ellos te ayude un poco… ¿quieres hablar conmigo de tus
padres?
—Se
llaman Arles y Romane. A mi madre ya la viste y mi padre tienes los
ojos grises y los dientes muy blancos… los dos son ricos y están
siempre fuera.
—¿En
qué trabajan?
—Mi
madre ahora no trabaja en nada, solo acompaña a mi padre a todos
lados. Mi padre es el vicepresidente de una empresa.
—¿Qué
empresa? —pregunté con la curiosidad en los ojos y pensando en si
sería una empresa famosa o algo.
—No
me sé el nombre… es una empresa rara —contestó él algo triste.
—Bueno
no importa, lo importante ahora es dormir, ¿vale?
—¿Dormiré
en el sofá? —preguntó mirándolo.
—No,
—me reí— si quieres puedes dormir en mi cama… es muy grande.
—¡Vale!
—respondió con una sonrisa tan amplia que casi se me olvidaba que
mañana tendría que pasar el día solo.
—Travis,
no puedo dejarte salir de esta casa. No ahora que tus amigos no
están; y mañana, cuando me vaya a trabajar, tendrás que pasar el
día entero tú solito aquí.
—No
importa… estoy acostumbrado. En casa pasaba las tardes enteras solo
y en el reformatorio cuando me castigaban igual.
—Bueno,
te dejaré el número de mi móvil apuntado por si acaso y también
llamaré de vez en cuando, ¿vale? Pero no cojas el teléfono a no
ser que veas mi número escrito, podría ser otra persona y me
meterías en un lío.
—Soy
pequeño, June, pero no tonto —nos echamos a reír.
Después
de un buen baño, Travis se puso una camiseta que suelo usar yo para
dormir. Unos calcetines abrigados y listo. Ya en la cama, Travis no
paraba de moverse de un lado a otro, nervioso y asustado. Intenté
calmarlo, pero lo único que le tranquilizaba era que le acariciara
el pelo mientras dormía. Y así estuve varias horas hasta que dejó
de moverse y pudo dormir en paz.
Yo,
en cambio, estaba bastante nerviosa con mi nuevo trabajo y no podía
conciliar el sueño. Además, tener en casa a un niño al que busca
la policía… no tranquiliza demasiado.
A
la mañana siguiente, Travis seguía durmiendo en mi cama. Me levanté
sin hacer ruido para no despertarle y fui al baño. Vaya ojeras
tengo, pensé mientras me pasaba el dedo por ellas: estirándolas una
y otra vez. Nada, eran horribles y debía de solucionarlo. Me duché,
me lavé los dientes y comencé a secarme el pelo. Cuando terminé me
dirigí a mi neceser de maquillaje y me tapé las ojeras, me maquillé
un poco los ojos y le di color a mi cara con algo de colorete.
Pasé
de ser un muerto viviente a una joven, por qué no, atractiva. Muy
pocas veces me miraba al espejo así, pero esa mañana estaba
dispuesta a triunfar y necesitaba ir con la autoestima bien alta.
Cuando
salí del baño, Travis seguía durmiendo. Fui al armario y elegí
una falda marrón por las rodillas, una camiseta un poco más oscura
y un cinturón pequeño atado a la altura del ombligo. Un conjunto
elegante, pero hacía frío en las calles de Sautron a esas horas de
la mañana, así que me puse unas botas con un poco de tacón que me
tapaban las piernas y un abrigo largo y blanco. Mi bolso a juego con
todo lo importante dentro y un pequeño desayuno por si no tenía a
donde ir para comer.
Ya
limpia, bien vestida y con el ánimo por las nubes, me decidí a
salir por la puerta. Pero Travis salió bostezando de mi habitación
y, al verme ya dispuesta para salir, salió corriendo a abrazarme.
—No
tardes, por favor.
—Tranquilo,
vendré a la hora de comer si tengo tiempo. Si no llego, coge yogures
de la nevera y cómetelos todos, ¿vale? A la noche volveré con
bolsas de comida y con algo de ropa para ti.
—¿Me
vas a comprar ropa? —se le iluminaron los ojos.
—¡Claro!
No vas a estar usando mis camisetas viejas toda la vida, tendremos
que comprarte algo —dije sonriendo y entonces me abrazó más
fuerte.
—Gracias,
June, es lo más bonito que ha hecho nadie por mí nunca.
—¿El
qué?, ¿comprarte ropa? —me agaché para estar a su altura.
—No.
Arriesgarlo todo, incluso ir a la cárcel, por ayudarme a no volver
con la mujer mala.
—Travis,
conocerte para mí ha sido como volver a nacer, ¿entiendes? Antes yo
vivía sola, no tenía amigos, no me relacionaba con nadie y estaba
siempre amargada. Ahora estoy feliz, te he conocido, he encontrado
trabajo y pronto tendré mucho dinero para comprarte lo que quieras.
Tenerte en mi casa para mí es un placer, eres un niño encantador,
eres… —dejé de hablar por vergüenza.
—¿Qué
ibas a decir?
—Yo…
eh… nada —me puse en pie y apoyé la mano sobre el pomo de la
puerta.
—¡No
te vayas!, ¿qué me ibas a decir? —noté súplica en sus ojos y me
volví a agachar con las orejas rojas de la timidez.
—Lo
que te iba a decir es que tú eres para mí como… como un hijo,
Travis. Sé que te conozco de dos días, pero siento que debo
protegerte de todo y de todos desde el momento en el que te vi en
aquél callejón —levanté por fin la mirada del suelo y me
encontré unas lágrimas resbalando por toda la cara de Travis—.
Ey, vamos, no llores… siento si te molestó; yo, de verdad, lo
siento…
—No
me molestó —logró decir entre sollozos—. Tú eres lo más
parecido a una madre que he tenido nunca, June. Gracias por cuidar de
mí.
—Un
placer, pequeño mío —le di un abrazo enorme.
—Vete
ya que la mujer esa que te llamó anoche se va a enfadar.
—Uy
sí, no parece ser muy comprensiva la verdad, estoy asustada y más
me vale no cagarla el primer día.
—No
se dicen tacos —dijo sonriendo y limpiándose las lágrimas de
antes—. Adiós, June.
—Adiós,
Travis. Te dejé mi número anotado al lado del teléfono. Llamaré a
cada rato para saber si estás bien.
—Vale.
Hasta luego —dijo sonriendo de nuevo. Sin duda saber que lo quería
tanto le hizo ser muy feliz, y a mí también.
¡Leído! Siento haber tardado tanto, anoche lo empecé pero lo dejé a la mitad porque moría de sueño, jajaja
ResponderEliminarMe encanta la relación entre June y Travis, y ella me cae muy bien. Lo único es que Travis parece más un niño de 7 años tal vez que de 5, los niños de esa edad no hablan así ni piensan tanto, al menos los que yo he cuidado, jajajaja Solo es una opinión ^^
Esperaré el cuarto capítulo!! ÑAÑAÑAÑA
Un besote guapa,
cuídate la conjuntivitis :)
Puede que sí sea muy espabilado para su edad, pero dos de mis primos son así desde pequeños. Una de ellas se inventa insultos desde esa edad y te contesta mal si le dices o haces algo que no le gusta. Es una mimosilla y malcriada, pero espabilada. Y el otro primo también, así que por eso tampoco me resulta tan raro.
ResponderEliminarJaja, no te preocupes por no comentar a tiempo, de todas formas no me había pasado a mirar si tenía comentarios pendientes de moderación así que no lo hubiese visto jaja.
De la conjuntivitis estoy muchísimo mejor, diría que recuperada. Eso es por las vitaminas y el colirio que me estoy tomando. Las vitaminas son para las defensas que las tengo muy bajas. Y ya estoy bien.
P.D: El 4º lo publicaré pronto. Y con Transeúntes empezaré prontito ^^