De corazón - Capítulo VI
Capítulo
VI
Era
la hora de ir a buscar la cinta. El reloj acababa de marcar las dos
de la madrugada, todavía quedaba una hora, pero el reformatorio
estaba lejos. Caminé y tomé un taxi que me cobró más caro por el
horario, llegué a una calle cercana pero alejada del reformatorio.
Si algo salía mal, ni el taxista ni nadie podrían relacionarme.
Había
pasado media hora cuando llegué. Esperé otra media hora y el sonido
de las campanas de la catedral me hizo entrar en acción. Corrí todo
lo que pude a pesar de mis botas de tacón y esperé debajo de las
ventanas de las habitaciones de los niños. Desde ahí vi a Rob
asomarse y al verme no se arriesgó a bajar escalando la fachada y me
tiró una almohada.
Me
acerqué a ella y vi que tenía una nota escrita en papel atada a la
tela con un imperdible. En la nota ponía ‘dentro del relleno’ y
supe que ahí estaba la cinta. Apreté el relleno y sentí la cinta
entre mis dedos. Miré hacia arriba y le indiqué a Rob que todo
había salido bien levantando mi pulgar.
Me
apresuré en volver a la parada de taxis y cogí otro. Igual de caro.
Me bajé en casa a las tres y media de la mañana y entré corriendo
en busca de mi ordenador.
Estaba
lleno de juegos abiertos que Travis había usado esa tarde, los cerré
todos y metí la pequeña cinta que en realidad era un CD de tamaño
pequeño. Le di a reproducir y tuve que bajar el volumen. Las
lágrimas comenzaron a asomarse por mis ojos y, antes de dejarlas
caer, le di a guardar copia. Hice dos copias de cada vídeo: el mío
y el de Rob. Grabé las copias en otros dos CDs y guardé éstos en
una pequeña caja fuerte que solía usar para guardar el dinero.
El
vídeo original lo metí en mi bolso y lo dejé sobre la mesa para ir
al baño. Al salir me vi a Travis.
—¿Cómo
ha salido todo?
—Tal
y como esperábamos.
—¿Y
Rob?
—No
he podido verle de cerca, me tiró la cinta dentro de una almohada
desde su habitación.
—¿En
la cinta la mujer mala le hace mucho daño?
—No…
bueno, sí. Le hace bastante daño, pero Rob estará bien en unos
días. Y libre.
—¿Cuándo
vas a denunciar esto?
—Ahora
mismo.
—¡Te
acompaño!
—No,
no pueden saber que estás conmigo, ¿vale? Primero tienen que
ganarse mi confianza viendo los vídeos y luego puedo decirles que
estás conmigo.
—Vale,
entonces vete ya.
—¿Por
qué tienes tanta prisa?
—Porque
quiero que mis padres sepan que quiero estar contigo para que me
dejen quedarme y no tengas problemas con nadie. Para que podamos
salir juntos a comer y no pedir pizzas a casa, para que podamos salir
juntos a comprar ropa y para poder escuchar la tele sin usar
auriculares…
—Travis
—le abracé— eso ya es el pasado. A partir de este momento,
nuestra vida dará un cambio tan radical que parecerá que de esta
noche a mañana por la tarde hayan pasado siglos.
—¿Cuánto
es un siglo?
—Cien
años. En cien años pasan muchas cosas, cosas que nosotros viviremos
en menos tiempo desde que ponga un pie en comisaría.
—Pues
yo ya quiero vivirlas.
—Muy
bien, pequeño. Ahora vete a dormir que cuando volvamos a vernos
necesitarás haber descansado.
—Hasta
luego, June.
—Hasta
luego, Travis.
Me
despedí de él con un beso en su frente y me entristecí al pensar
que quizá fuese el último.
Caminé
a paso lento hacia comisaría. Quería destruir a Lucrecia Strauss y
liberar a esos niños, pero no quería alejarme de Travis. Eso jamás.
Tardé
veinte minutos más de lo que hubiera tardado si hubiese caminado a
paso normal. Llegué a comisaría a las cuatro y cuarto de la
madrugada. Subí las escaleras y vi a un policía de guardia tomando
un café.
—Vengo
a poner una denuncia —dije a modo de saludo.
—Puede
esperar a las seis, todavía no ha llegado el comisario.
—Se
trata de los niños desaparecidos del reformatorio de Lucrecia
Strauss.
—A
esos niños los devolvimos ya al reformatorio.
—Sé
bien que no a todos, falta uno. Vengo a denunciar acerca de los malos
tratos que reciben los niños por parte de Lucrecia y tengo pruebas
irrefutables de ello.
—¿Qué
pruebas?
—Llame
al comisario y lo sabrá. No puedo esperar hasta las seis.
El
agente se dio media vuelta, confuso. No sabía si llamar o no, pero
ante la firmeza de mis palabras y el dato de que faltaba un niño, se
decidió. Estuvo hablando unos minutos hasta que colgó y me miró,
yo noté la mirada del agente en mí, pero me hice la tonta mirando
recortes de periódico enmarcados en la pared donde aparecía el
comisario.
—Llegará
en unos minutos, tome asiento y espere.
—Gracias
—dije. Y me senté a esperar. En concreto, veinte minutos.
—Soy
el comisario Molineaux, ¿cuáles son esas pruebas que me han hecho
salir de la cama antes de tiempo?
—Disculpe
por haberle despertado, comisario Molineaux. Las pruebas son unas
grabaciones de Lucrecia Strauss: en una de ellas confiesa que
maltrata a los niños que cuida y, en la otra, se comprueba dicha
confesión con unas imágenes de Lucrecia dándole una brutal paliza
a un menor de su reformatorio —dije entregando los vídeos.
—¿Se
puede saber cómo diablos ha conseguido usted esto? —me preguntó
el comisario algo molesto—. Conozco personalmente a Lucrecia, es mi
amiga desde hace años y jamás haría algo así.
—Le
ruego que ponga las imágenes, comisario.
—No
pienso poner nada, salga inmediatamente de esta comisaría y no
vuelva a pisarla nunca más si no quiere acabar presa, ¿entendido?
—su tono de voz se elevó y me levanté de la silla donde llevaba
cerca de media hora sentada.
—Entendido,
comisario. Espero que su orgullo no sea superior a su deber y acabe
por ver esas imágenes. Se le caerá la venda de los ojos, se lo
aseguro. Y cuando se haya dado cuenta de que su amiga no es quién
piensa que es, no dude en ir a buscarme, le estaré esperando.
—¡Fuera!
—fue su despedida. Y salí.
Al
cruzar la esquina no pude evitar reprimir un grito de rabia. Rabia
porque por culpa de otro amigo de Lucrecia me estaba dando de narices
contra un muro. Ese muro era el comisario y mi futuro, el de los
niños y el de Travis estaba en sus manos.
Caminé
hasta casa y me dejé caer en el sofá. Había avisado a Arleth
Oralia de que era probable que llegara a trabajar tarde porque tenía
cita con el médico. El dermatólogo, concretamente, y ella,
encantada y feliz como estaba conmigo, aceptó.
Logré
dormir un poco y cuando abrí los ojos Travis estaba con los
auriculares puestos escuchando la televisión muy cerca de mí.
—¿Qué
haces despierto?
—Ya
son las diez de la mañana, June.
—¿Qué?
—era demasiado tarde, tenía que ir a comisaría de nuevo a
intentarlo por segunda vez.
—June,
¿por qué sale tu cara en la tele?
Me
puse inmediatamente en pie. ¿Mi cara en la televisión?, ¿cómo era
eso posible? Me acerqué a la televisión, le quité los auriculares
y cogí el mando que reposaba sobre la mesita del comedor. Subí el
volumen y Travis se quedó a mi lado, asustado.
Mientras,
en la televisión, la periodista de turno hablaba sobre mí frente al
reformatorio de Lucrecia Strauss. Entonces relacioné las dos cosas:
comisario Molineaux, más Lucrecia Strauss, más grabaciones de por
medio donde se oía mi voz en una de ellas, igual a: me he delatado a
mí misma.
—¡Soy idiota! —grité
asustando a Travis—. Tenía que haber utilizado un nombre falso con
Lucrecia y enviar las grabaciones de manera anónima. Tenía que
haberme cubierto las espaldas…
—Tú
no podías saber que iba a pasar esto, June… —Travis estaba a
punto de llorar al verme tan alterada.
—Travis,
cariño, mírame —le levanté la barbilla e hice que me mirara a
los ojos—. Ya saben mi nombre, lo próximo es que se aparezcan por
aquí… tenemos que buscarte un escondite, ¿vale?
—Pero
yo no quiero irme de aquí… —terminó rompiendo en sollozos.
—No
hagas esto más difícil. Vamos a casa de mis padres, ellos te
cuidarán —le dije limpiándole las lágrimas—. Mis padres se
llaman Marianne y François, son algo mayores, pero muy cariñosos.
—¡Serán
como mis abuelos! —dijo con un brillo en los ojos. Y yo me quedé
boquiabierta.
En
seguida reaccioné, sonreí y fui corriendo a mi habitación. Cogí
mi maleta de viaje y la abrí sobre la cama. Comencé a llenarla con
la ropa nueva de Travis, sus zapatos, y unos folios con dibujos que
él había pintado. Cerré la maleta y la puse en el suelo para
cambiarme de ropa y ponerme algo más cómodo.
Elegí
un chándal de deporte, unas zapatillas y una coleta alta para
apartarme el pelo de la cara. Salí de allí dejando mi vestido negro
y gris que llevaba puesto desde hacía más de veinticuatro horas
tirado sobre la cama; mis botas de tacón negras esparcidas por el
suelo junto con otras cosas que se habían caído y no me había
molestado en coger.
Eché
un vistazo a lo que dejaba atrás y no vi más que desorden e
incertidumbre. ¿Cómo iría yo a Rennes desde Nantes sin coche?
Entonces
ocurrió lo que tanto temía. Sonó el timbre de mi puerta y me
imaginé lo peor. Me imaginé a mí misma saliendo esposada, a Travis
dentro de un coche de patrulla camino del reformatorio a reunirse con
sus padres que volverían a abandonarle, con sus amigos a los que no
había podido salvar, a mis vecinos criticándome desde sus ventanas
y a los policías metiéndome en otro coche camino de comisaría para
detenerme por haber tenido secuestrado a Travis.
Noooo no me dejes con esa intriga, quién llamó a la puerta?? Jo me ha ENCANTADO este capítulo! Muy emocionante, NECESITO el siguiente YA, jajajaja
ResponderEliminarAys qué sueño tengo, son las dos y hasta ahora he estado editando el último de ETDM que ya he publicado, al fin!! A ver si para mañana tengo el epílogo ;)
Hale, me voy a la cama. ¡Buenas noches! <3
Gracias guapísima <3 El siguiente seguro te gustará, pero sigo diciendo que el mejor con diferencia es el 10, jaja. Cuando lo leas te quedarás fliping xDDDD
ResponderEliminarBesos :)