De corazón - Capítulo VIII
Capítulo
VIII
—¿Tú?
—pregunté incrédula a mi abogado— ¿el tío de las pizzas?
—Soy
el licenciado Edouard Gabriel Monnet. Sí, el tío de las pizzas
—contestó él mirándome a los ojos y con un tono de voz apacible,
no alterado como el mío.
—¿Qué
hace un abogado vendiendo pizzas?
—Necesito
dinero… y solo los delincuentes sin dinero piden a un abogado de
oficio y, aquí no hay muchos delincuentes. En cambio, todos
necesitan comer, ¿no? Incluso los delincuentes.
—No
soy una delincuente, se supone que eres mi abogado no mi juez.
—Entonces
cuéntame todo sin omitir detalle —dijo sentándose a mi lado.
—Lo
primero: no tengo novio —me miró a los ojos y vi un amago de
sonrisa que se apresuró en disimular— Pero las pizzas que me
vendiste no eran para mí sola… eran para alguien más.
—¿Qué
tiene eso que ver? —reí.
—Todo,
tiene que ver en todo. La otra pizza era para Travis Beaufort.
—¿De
qué me suena ese nombre? —se preguntó consultando su pequeña
libreta de anotaciones.
—Es
el niño que falta de los que se escapó del reformatorio.
—¡Claro!
De eso me sonaba —entonces reaccionó—. ¿Qué tienes en tu casa
al niño al que busca toda la policía de Sautron?
—No,
ya no está en mi casa. No puedo decirte nada hasta que no te calmes
—respiró hondo—. Travis y yo nos conocimos hace unos días, él
me confesó que se había escapado con sus amigos y yo estuve a punto
de denunciarlo, pero…
—¿Pero
preferiste llevártelo a casa?
—¡Déjame
hablar! —grité—. ¡Y deja de juzgarme de una vez!
—Perdona,
es que sigo sin creer lo que estoy oyendo…
—Pues
créetelo —dije acercándome a su cara y fijando mis ojos en los de
él con firmeza. Tenía los ojos color miel con un círculo verde
rodeando la pupila—. No tuve fuerzas para traicionarle y preferí
llevarle a él y a sus amigos mantas y comida. Pero al día siguiente
se me ocurrió un plan: grabar en vídeo a Lucrecia afirmando que
pegaba los niños de vez en cuando. Esa misma tarde Travis, que sabía
donde vivía porque él y sus amigos me habían seguido discretamente
hasta mi casa en busca del desayuno, tocó en mi puerta. No podía
hacer otra cosa, tenía que dejarle pasar.
—De
acuerdo, ¿y la grabación?
—Espera,
eso después. Mientras yo llamaba a la pizzería para darle algo de
comer a Travis, él veía la televisión donde se enteró de que sus
amigos habían sido descubiertos.
—Y
luego llegué yo…
—¡Exacto!
—¿Por
qué dijiste que Travis era tu novio?
—Me
puse nerviosa y fue lo primero que se me ocurrió —afirmé sin
darme cuenta de cuál podría ser la siguiente pregunta.
—¿Nerviosa
por qué?
—Eh…
bueno, yo… tenía a un niño al que buscaba la policía en casa y,
claro…
—Entiendo,
tranquila —lo noté más relajado y me fijé en su pelo castaño
cayendo por su frente— ¿te encuentras bien? —me di cuenta de que
estaba mirándole fijamente el pelo con la boca abierta.
—Sí,
sí, claro —dije volviendo en mí.
—Eres
un poco rara, ¿sabes?
—Las
raras somos más interesantes… —no me podía creer que estuviera
flirteando. Hace un rato parecía tonta mirando su pelo y ahora
parecía una experta en el arte del flirteo.
—Claro,
porque las personas normales no esconden en sus casas a niños a los
que busca la policía, graba vídeos de otras personas y miente hasta
al repartidor de pizzas.
—Siento
haberte mentido, Edouard Gabriel—le gustó que recordara su
nombre—. ¿Puedo confiar en ti?
—Ahora
soy tu abogado.
—Hablo
como amigos…
—No
lo sé, Julissa —dijo llamándome solo por mi segundo nombre y me
resultó raro.
—Llámame
June Julissa o June, me resulta raro que me llamen solo por mi
segundo nombre. Y no te preocupes, no pasa nada —forcé una
sonrisa.
—Lo
cierto, June, es que me caes muy bien —prefirió mi primer nombre
como Travis y… un momento le caigo bien—. Pero cuando trabajo
intento mantener las distancias con mis clientes.
—Una
pena —me puse roja como un tomate—. Bueno, eh… hay algo más
que debes saber.
—¿Qué
cosa?
—Las
grabaciones que tiene Molineaux no son las únicas: hice copias.
—¡Alguien
inteligente! —dijo mirando al techo y me sentí halagada—. Todos
mis clientes le entregan las pruebas más valiosas a la gente
equivocada que luego les traiciona y yo debo ir detrás intentando
reunirlas de nuevo.
—Gracias.
Las copias las tiene la directora del colegio de Sainte-Marthe donde
trabajo —dije muy bajito para no delatarla— le pedí que las
subiera a Internet y las vendiera a los medios de comunicación.
—Bien
hecho, ¿es de fiar?
—Bastante,
me prestó su coche para llevar a Travis a… —no quise delatar el
paradero de Travis— a otro lugar.
—De
acuerdo, le haré una visita, ¿su nombre?
—Arleth
Oralia Leveque.
Antes
de que llegara mi abogado, el guapo chico de las pizzas, había
logrado dormir un poco. Pero cuando uno de los policías me despertó
para anunciarme que tenía visita, me puse en pie rápidamente y
comenzó a dolerme la cabeza.
Todavía
dolía como si dentro tuviera un martillo que golpeaba mi cabeza
constantemente. Pedí algo de comida, al fin y al cabo yo no era una
presa ni tenía condena alguna, solo me tenían aquí por precaución.
Así que me tuvieron que dar agua y me compraron un bocadillo
vegetal.
Lo
devoré todo en minutos bebiendo mucha agua detrás para bajar bien
el pan seco del bocadillo. Luego me recosté y volví a conciliar el
sueño. Pasaron las horas y se hizo de noche y yo todavía durmiendo.
Cuando me despertaba algún ruido olvidaba que lo había escuchado,
no abría los ojos y en seguida volvía a dormir. Pero un nuevo ruido
me despertó y esta vez tuve que abrir los ojos.
Tenía
el pelo revuelto, el cuerpo entumecido y frío y los ojos hinchados,
pero no lo supe porque me viera ante ningún espejo, sino porque me
lo dijo el mismo Edouard Gabriel o como él prefería que le llamase,
por lo menos dentro de la cárcel, licenciado Monnet.
—Has
logrado tu objetivo: los vídeos están en Internet.
—¿Y
cómo ha reaccionado la gente?
—Piden
tu libertad y la perpetua para Lucrecia Strauss.
—¿Mi
amiga se ha visto involucrada?
—No,
yo mismo le aconsejé que subiera los vídeos desde un ordenador del
colegio, no desde el suyo privado. Y nadie puede saber que fue ella.
—Bien,
lo último que querría es involucrar a alguien más.
—Eres
una buena persona, June —su confesión me sonrojó—. Todo lo que
has hecho, lo has hecho de corazón.
—Igual
que todo lo demás, siempre actúo con el corazón, muy pocas veces
pienso en las consecuencias de mis actos y me dejo llevar por la
razón… y así me va: estoy en la cárcel.
—Por
poco tiempo ya lo verás —me sonrió y me contagió la sonrisa.
—Me
gusta tu optimismo, licenciado Monnet. Pero, ¿por qué traes esa
cara tan larga si todo ha salido bien?
—Porque
tengo que pedirte que me digas donde está Travis —mi cara reflejó
el pánico.
—Ni
hablar, él está bien cuidado, no le falta de nada y así seguirá
siendo.
—June,
ese niño significa mucho para ti, ¿no?
—Sí,
mucho. No quiero perderle, no quiero alejarlo de mí.
—Si
no me dices donde está para poder ir a buscarlo y entregárselo a
sus padres… te podrán condenar por secuestro. Estás a tiempo de
cambiar eso. Incluso podríamos mentir, ¿quiénes saben que tú
tienes al niño?
—Tú,
Arleth Oralia y mis padres.
—¿Está
con ellos?
—Sí,
está con ellos —respondí con resignación.
—Si
Travis mintiera sobre dónde estuvo podríamos exculparte de esto y
no involucrarte.
—Sus
padres también le pegan, ¿sabes? Por eso él quiere estar conmigo y
yo también quiero estar con él.
—Hablas
como una madre.
—Lo
quiero como una madre.
—Entonces
ayúdame… —sus ojos me inspiraron confianza. Me acerqué, cogí
su pequeña libreta y apunté la dirección de mis padres.
—Viven
ahí, en coche tardarás hora y media. Dile que vas de mi parte y que
lo echo de menos.
—Lo
haré, tranquila.
Volví
a acostarme, pero esta vez no para dormir, no tenía sueño. Estuve
dándole vueltas a la conversación que había tenido con el
comisario, él me decía que Lucrecia no estaba hundida, que la
hundida era yo, pero ¿qué pensará ahora que las grabaciones están
por todo Internet? Necesito que ese hombre se ponga de mi lado, es mi
única salida… pero su orgullo seguro que se lo impedía. Eso o él
era peor que Lucrecia y aprobaba lo que ella hacía.
Pedí
ir al baño y me escoltaron hasta él. Apestaba, pero necesitaba
asearme. Me lavé la cara y me peiné un poco el pelo con los dedos.
Luego entré a uno de los cubículos del baño y oí un golpe, unas
palabras, unos insultos y unas palabrotas bastante fuertes. Cuando me
estaba subiendo los pantalones, el hombre al que había oído
vociferar aquellas palabras entró dentro del baño y me vio salir
del cubículo.
—A
usted la estaba buscando —era el comisario Molineaux.
—¿A
mí para qué? —pregunté acercándome al lavabo.
—No
se haga la tonta, señorita. Sé que hace rato vino su abogado a
verla y antes de irse, el muy… —comenzó a insultar a Edouard
Gabriel— pasó por mi despacho y me contó lo de los vídeos.
—Yo
se lo avisé, no es mi culpa si usted prefiere estar de lado de una
psicópata que es capaz de maltratar a niños indefensos.
—¡No
me hable así!
—¡Pues
abra los ojos! —respondí con otro grito y me sorprendí a mí
misma. Nunca había sentido tanta rabia y no era capaz de
controlarla—. A no ser que sea usted igual de psicópata que su…
amiga.
—¿Cómo
se atreve? —levantó la mano para pegarme y yo me reí.
—Lo
sabía. Un buen policía no utilizaría la violencia de no ser
necesaria y un buen caballero no lo haría con una mujer. Pero usted
no es ninguna de las dos cosas… —bajó la mano y se calmó.
—Esto
no se va a quedar así —me amenazó.
—Eso
no lo dude —respondí segura de mí misma, con la frente bien alta.
No hay comentarios
Publicar un comentario
¡Gracias por comentar!