De corazón - Capítulo X
Capítulo
X
—¿Travis?
—pregunté nerviosa esperando que contestara él y no la niñera
que se quedaba a su cargo según me contó Edouard.
—Sí,
¿June? —su voz me devolvió la sonrisa.
—Sí,
soy yo, ¿cómo estás?, ¿tus padres te tratan bien?
—Estoy
bien y mis padres me tratan bien, pero no puedes llamarme más, June.
—¿Qué?,
¿y eso por qué?
—Porque
después de que se fuera ayer el chico que te gusta, el de las
pizzas... —me sonrojé hasta las cejas. Tenía el manos libres
puesto y Edouard estaba en la cocina, a pocos metros y escuchándolo
todo—. Mis padres se preguntaron qué relación tenía yo con ese
hombre que era abogado tuyo y empezaron a sospechar de la teoría de
los hippies.
—¿Pero
qué sospechan exactamente? —Edouard salió de la cocina y se sentó
a mi lado.
—Antes
los escuché hablar y decían que creían que tú y él me tenían
escondido y luego me hicieron preguntas acerca de donde estuve.
—¿Y
tú qué respondiste?
—Que
no me acordaba de nada... solo que había árboles y animales.
—Los
árboles y los animales que viste en la autopista cuando te llevaba a
casa de mi madre, ¿verdad?
—Sí,
solo dije eso, te lo prometo —se apresuró a decir.
—Te
creo, Travis —suavicé mi voz para calmarlo—. Si quieres y si
estás feliz con tus padres, dejaré de llamarte para siempre.
—No,
no June, por favor. Me dijiste que lucharías por mí le doliera a
quién le doliera... no me dejes...
—¿En
serio quieres seguir viviendo conmigo ahora que tus padres ya te
tratan bien?
—June,
¿a ti te parece bien dejarme solo toda la noche? Seguro que mañana
llegan cansados, duermen todo el día y por la noche vuelven a salir
a otra cena con otros amigos. Así siempre, en todos lados.
—Pero
habrá días en los que no salgan, ¿no?
—Esos
son los peores, June. Es cuándo les molesto y me tratan mal.
—Travis,
a mi lado está Edouard, él me ayudará a conseguir que seas mi hijo
legítimamente.
—¿Eso
qué significa?
—Que
nadie nos podrá separar nunca.
—¿Me
lo prometes?
—Te
lo prometo —se escuchó un ruido.
—June,
tengo que colgar. Adiós.
—Adiós
pequeño —escuché cómo Travis colgaba el teléfono, pero yo
seguía escuchando aquel ruido y luego la llamada se cortó.
Esa
tarde la había pasado trabajando con Edouard en mi despacho.
Apuntaba notas, repasaba ejercicios que había hecho con los niños y
citaba a nuevos niños a hablar conmigo o a sus padres. Mientras,
Edouard me miraba fingiendo estar estudiando un caso.
Luego
habíamos ido a mi casa, habíamos bebido unas cervezas que él había
comprado y pedimos pizzas, como no, a Megapizzas. Esperamos así
hasta que el reloj marcó las ocho, hora en la que Arles y Romane
deberían de haber salido ya de su casa. Esperamos un poco por si se
habían retrasado y llamamos a las ocho y diez, rezando porque fuera
Travis el que cogiera el teléfono.
Me
alegró saber que estaba bien, que sus padres aunque desaparecieran
toda la noche, al menos no le pegaban, me alegré por haberle
escuchado y por saber que quería que luchara por su custodia.
Todo
era perfecto para mí: estaba con Edouard que me caía muy bien y me
gustaba bastante, había hablado con Travis y sabía que estaba bien,
había salido de la cárcel y mantenía mi trabajo como pedagoga,
incluso había ganado más amigas dentro del colegio.
Todo
era perfecto esa noche, pero, como si el destino se empeñara en
ponerme las cosas más difíciles, a la mañana siguiente se
desvaneció toda mi felicidad de un plumazo.
Ahí
estaba yo, en la cama junto a Edouard sin recordar nada de la noche
anterior, con el aliento a alcohol y el estómago lleno de pizza.
Llamadas perdidas de mi madre en el móvil y otras tantas de Arleth
Oralia. Sin olvidarnos de un mensaje extraño en el contestador.
Todo
ello parecía estar desconectado, pero no era así. Todo tenía que
ver con la llamada que había hecho esa noche a Travis. Entonces los
ruidos que escuché al otro lado del teléfono, cuando Travis ya
había colgado, cobraron sentido.
Me
levanté de la cama corriendo y cogí un albornoz del armario. Me di
una ducha y me lavé los dientes antes de salir a desayunar y
escuchar el mensaje.
No
te resultará tan fácil salirte con la tuya, querida. Travis, aunque
te pese es mío.
Su
voz no me sonaba de nada, no sabía quién era esa mujer que me había
dejado el mensaje, pero sin duda tenía que ver con Travis... y decía
que él era suyo, ¿Romane?, ¿Romane de Beaufort me había llamado a
mi casa? Era extraño, pero sí. La niñera de Travis era la de los
extraños ruidos. Ella lo había escuchado todo y posteriormente se
lo había contado a Romane y a Arles, haciendo que sus dudas sobre mi
relación con Travis se disiparan.
Ahora
sí que estaba perdida, ahora los padres biológicos de Travis sabían
la verdad. Si es que la historia de los hippies era demasiado...
surrealista.
Más
lo fue el hecho de que Edouard se levantara con una sonrisa y se
dirigiera a mí, que estaba en el salón escuchando el mensaje, con
intenciones de besarme. Instintivamente lo rechacé, puede que él se
acordara de lo que pasó anoche, pero yo no y mi relación con él
todavía seguía estancada en una bonita tarde en mi despacho. No se
molestó cuando lo rechacé y fue a asearse a mi baño y a vestirse.
Yo
fui corriendo a la cocina a mirar el reloj de la pared. Las nueve y
cuarto de la mañana. Corrí a mi habitación a buscar el móvil y vi
los mensajes de Arleth Oralia. Estaba preocupada porque no había
aparecido a trabajar esa mañana y la llamé para tranquilizarla.
Después
de pedir disculpas vi las llamadas perdidas de mi madre, asustada la
llamé. Lo que escuché me dejó fría. Los padres de Travis habían
presionado al pobre para que contara la verdad y él tuvo que hacerlo
y contar que estuvo con mi madre en Rennes. Mucho no debió costarles
pagar a alguien para que investigara dónde estaba la casa de mi
madre y, cuando lo supieron, mandaron a alguien a darle un mensaje de
su parte a mis padres.
Mi
cuerpo seguía congelado mientras escuchaba a mi madre. Edouard ya
había salido del baño y escuchaba atento lo que le respondía a mi
madre porque, al ver mi cara de susto, sabía que esa llamada era
importante.
—¿Qué
pasó? —me preguntó cuando colgué.
—Mi
madre, Travis, Romane, un hombre en mi casa —fue lo único que pude
decir.
—¿Qué?
Siéntate y toma aire —le obedecí. Estaba pálida—. Un hombre
entró a casa de mis padres a la fuerza mandado por Romane y Arles
—pude al fin decir.
—¿Cómo
sabían ellos que tu madre...? —le interrumpí.
—Anoche,
mientras hablaba con Travis, la niñera escuchaba por el otro
teléfono y se lo contó. Luego presionaron a Travis que les contó
todo sobre mi madre y mi padre en Rennes y ellos contrataron a
alguien para que...
—¿Tus
padres están bien? —su voz era de preocupación.
—Sí,
sí, ese hombre solo quería decirles algo parecido a lo que me dijo
Romane.
—¿Has
hablado con ella?
—No
directamente... —le llevé al salón y le puse el contestador.
—Creo
que es el momento de intervenir —dijo con tono serio y seguro.
—¿Intervenir?
—Con
una demanda de custodia.
—¡Ya
era hora! —me puse en pie—. Gracias por ayudarme, Edouard —y
sonreí—. Por cierto, ¿qué pasó anoche? —La pregunta lo pilló
desprevenido y agachó la mirada.
—Eh...
anoche... no sé —mintió—. No me acuerdo.
Fui
a la cocina a desayunar y dejé a Edouard en el salón pensando en lo
que fuera que pasó anoche. Yo no lograba recordar nada y no quería
presionarle a que me lo contara si no quería.
Preparé
la mesa para desayunar juntos, pero él volvió a mi habitación y
salió de ella colocándose la cartera en el bolsillo trasero de su
pantalón. Antes de que pudiera decir nada me dijo adiós y salió de
mi casa dejándome con las rebanadas de pan en las manos que me
disponía a dejar sobre la mesa.
No
supe qué era lo que le había molestado, seguramente mi pregunta
sobre lo de anoche, pero no entendía el porqué. Desayuné sola y me
vestí para salir a trabajar cuando escuché el teléfono sonar.
Pensé que podría ser mi madre o Arleth Oralia, pero la persona que
estaba al otro lado del teléfono no era precisamente una amiga.
—¿Diga?
—pregunté levantando el teléfono.
—Yo
no seré tan benévolo como mi mujer —dijo una voz masculina.
—¿Arles
Beaufort? —pregunté aún a sabiendas de que era él.
—No
vuelva a llamar a mi hijo ni intentar comunicarse con él o tendrá
problemas, problemas serios señorita Landry.
—¿Eso
es una amenaza?
—Tómeselo
como quiera, pero no queremos volver a saber nada de usted.
—Pues
lo tendrá difícil —dije con la voz firme—. Quiero la custodia
de Travis.
—¿Pero
usted quién se cree que es?
—¿Quién
se cree que es usted que maltrata a su hijo y permite que su mujer
también lo haga? —hice una pausa—. Travis es un niño ejemplar
con un corazón lleno de bondad y vosotros lo maltratáis, lo
abandonáis y lo lleváis con Lucrecia Strauss. Unos padres
ejemplares, felicidades —me asombré por mi ironía y valentía.
—Usted
lo ha querido —dijo Arles antes de colgar.
Ya
estaba llegando al colegio cuando recibí una llamada. Miré la
pantalla del móvil y sentí ganas de pulsar el botón rojo. No
quería hablarle, no quería pasar por tensiones, pero le di al
verde. Edouard estaba enfadado, estaba subiendo el tono de voz y me
trataba con autoridad y más confianza. Noté el cambio que había
tomado nuestra relación, pero mi atención la dirigí más a lo que
me contaba.
Una
orden de alejamiento y una denuncia por acoso en mi contra. Edouard
estaba furioso porque eso dilataría más el proceso de demanda de la
custodia. Yo, en cambio, estaba destrozada y cansada de que todo
fueran malas noticias para mí cuando yo era la buena, la que actuaba
de corazón. Lucrecia Strauss solo sufre algunos insultos de personas
anónimas, el comisario Molineaux ni siquiera eso y de Catherine no
se sabe nada. Ni el comisario ni Catherine pegaban a los niños, pero
eran cómplices y para mí era lo mismo.
Colgué
el teléfono después de quedar con Edouard esa tarde para hablar
sobre lo que había pasado en mi casa. Pero esta vez quedamos en una
cafetería.
Entré
en mi despacho y me dejé caer sobre la silla. Hice llamar a los
niños que tenía que atender hoy y me sorprendí al ver que uno de
los niños que había atendido el primer día, el que no hablaba y
parecía enfadado con todos, había vuelto a sacar malas notas y
estaba castigado por sus padres.
Lo
atendí y esta vez lo noté más receptivo, confiaba un poco más en
mí y estaba más relajado. Así supe que sufría de depresión, los
síntomas estaban claros, pero no era médico ni entendía de
enfermedades psicológicas. Así que llamé a sus padres y les pedí
que le llevaran al médico y que éste decidiera.
Algo
grave debía de ser para que un niño unos años mayor que Travis
sufriera de depresión. Pero yo también tenía algo grave entre
manos y, a través de las ventanas, pude ver que ya había
anochecido. Miré mi reloj y eran las siete, había quedado con
Edouard a las ocho.
Recogí
mis cosas, me despedí de Arleth Oralia, pasé por el baño de
profesoras y me topé con algunas de ellas ahí dentro. Volvieron a
sacar el tema de las grabaciones, me preguntaron cómo me iba, me
hicieron sentir incómoda y logré escaparme.
La
cafetería estaba relativamente cerca, le había pedido a Edouard que
quedásemos en esa porque andando no tardaba más de veinte minutos.
Cómo deseaba una bicicleta en esos momentos... o algo más barato
que el taxi, más cómodo que los horarios del bus y más rápido que
mis piernas.
Al
final llegué cuando quedaban unos quince minutos para las ocho. Me
senté en una mesa alejada de la entrada y de la gente, quería que
fuese lo más íntimo posible, pero también estaba cerca de la
ventana y podía ver a Edouard cuando llegara.
Diez
minutos más tarde lo vi llegar con su traje de corbata. Miró a su
derecha y a su izquierda hasta que yo levanté la mano y me vio.
—¿Cómo
estás? —me preguntó sentándose y sin mirarme directamente a los
ojos.
—Yo
bien, el que me preocupa eres tú.
—¿Yo?
—se sorprendió.
—¿Te
parece normal salir de una casa sin despedirse cuando estaba
preparando el desayuno para los dos?
—Lo
siento... —agachó la mirada de nuevo.
—No
quiero que lo sientas, quiero que me expliques por qué lo hiciste y
qué pasó anoche.
—¿De
verdad no te acuerdas? —su tono era de incredulidad.
—No
te lo preguntaría de saberlo, Edouard.
—Yo
tampoco me acuerdo bien, sé que nos besamos, —me sonrojé— nos
tumbamos en la cama y no recuerdo nada más —estaba avergonzado.
—Debimos
de quedarnos dormidos al instante —me reí y le contagié mi risa.
—Seguramente...
—respondió riendo y mucho más cómodo.
Una
vez solucionado el tema de lo que había pasado anoche, era el
momento de hablar de la custodia, de la denuncia y de la orden de
alejamiento.
Lo
cierto es que eso me podía traer muchos problemas, pero si sabía
contraatacar, podía salirme con la mía. Que era ni más ni menos
que tener a Travis en mi casa como mi hijo legítimo.
No
sabía cómo íbamos a hacerlo, ni tampoco sabía por qué Romane y
Arles tenían tanto interés en Travis si no le querían. Quizá
fuese el orgullo o algo más profundo, pero cualquier cosa sería
mejor que ese reformatorio en el que lo habían metido, incluso mejor
que estar con ellos mismos, porque, conmigo, Travis sería feliz.
Ellos lo sabían y preferían luchar antes que acceder.
Aunque,
quizá, si hablaba con ellos y les demostraba el cariño que sentía
por Travis, lograban aceptar cederme la custodia.
—Edouard...
—comencé mi discurso interrumpiendo el suyo—. Creo que lo mejor
es que vaya directamente a hablar con Arles y Romane.
—¿Qué?
—frunció el ceño esperando que continuara.
—Si
les demuestro lo que quiero a ese pequeño, quizá los convenza.
Seguro que aunque no soporten tener que cuidar de un niño, se
alegrarán de saber que estará bien cuidado por mí.
—Puede
funcionar, pero... es arriesgado teniendo en cuenta la orden de
alejamiento.
—De
momento esa orden no existe, ¿no? Ningún juez me lo ha ordenado.
Por ahora es solo una petición de Arles a su abogado.
—Sí,
también tienes razón, pero...
—¡Pero
nada! Estoy dispuesta a lo que sea. Ya es tarde, pero mañana
viajaremos a Angers.
—¿Estás
segura?
—Completa
y absolutamente segura —dije poniéndome en pie.
Mi
seguridad y tranquilidad se contagió a Edouard, que se comenzó a
destensar poco a poco. Pagamos los cafés y los dulces y caminamos
sin rumbo. Yo tenía pensado coger un taxi, pero, Edouard se ofreció
y no pude negarme a la comodidad de su coche y al placer de su
compañía.
Cruzamos
una calle y vimos el coche. Nos subimos y nos abrochamos el cinturón,
pero para salir teníamos que dar marcha atrás y la calle era un
poco estrecha y tenía mucho tráfico, así que, Edouard se estresó
un poco y se quitó la chaqueta. También se soltó un poco la
corbata y apoyó su brazo derecho en el respaldar de mi asiento para
inclinar su cuerpo hacia atrás y ver mejor la carretera. Entonces
sentí su calor y su olor, un perfume de hombre bastante agradable y
fresco.
Inspiré
profundamente para retenerlo en mis pulmones y en mi memoria, y luego
salimos de esa calle. Condujo hasta mi casa en silencio, con la
música puesta pero muy bajita, las ventanillas subidas y la
calefacción puesta. Los cristales comenzaron a empañarse un poco y
la apagó mientras bajaba automáticamente las ventanillas.
Empezamos
a ver con más claridad la carretera, los coches, los peatones y las
luces. De pronto se puso a llover y el agua empezó a entrar en el
coche. Me mojé el lado derecho de la cara y el brazo derecho, pero
hubiese sido peor de estar esperando un taxi en la calle. Me sequé
con la manga de mi abrigo, pero Edouard me ofreció un pañuelo.
—Gracias
—respondí al gesto con una sonrisa.
—De
nada. Ya hemos llegado.
—¿No
quieres bajarte para seguir charlando sobre el caso?
—Creo
que no hará falta, tú ya lo tienes todo muy claro. Además, tenemos
que descansar para mañana.
—Cierto,
bueno, pues gracias —abrí la puerta para bajarme, pero la volví a
cerrar—. Oye, respecto al dinero, quiero pagarte, ¿cuánto cobras?
—Nada,
tú no eres la que me paga, recuerda que soy tu abogado de oficio.
—Sí,
para sacarme de la cárcel con el rollo ese de Lucrecia, pero no para
ayudarme con la custodia de Travis, ¿cuánto cobras?
—No
te cobraré nada, June, no insistas.
—Bueno,
está bien, al menos te pagaré la gasolina y otros gastos, ¿qué te
parece?
—Que
eres una pesada... pero si así te sientes mejor, acepto.
—Perfecto
—sonreí y me acerqué a su cara para despedirme. Le di un beso en
el cachete y noté su barba sin afeitar de dos días y de nuevo su
olor agradable. El se sonrojó.
—Bue-buenas
noches —alcanzó a decir.
Me
bajé del coche y corrí hacia la puerta para no mojarme mucho, pero
lo cierto es que cuando entré, estaba empapada de pies a cabeza.
Presentía que esa lluvia duraría toda la noche y parte de mañana,
y no me equivoqué.
A
la mañana siguiente, Edouard estaba con su coche aparcado enfrente
de mi casa. Yo metía algo de dinero y comida en una maleta mientras
él esperaba. Cogí mi paraguas y lo abrí sujetando con fuerza la
maleta bajo el brazo.
Corrí
hasta el coche y me refugié en la calidez que se respiraba dentro.
Entonces él arrancó y salimos de allí. Esta vez estaba más
hablador que ayer y llegamos a Nantes antes de que pudiera darme
cuenta. Desde ahí cogimos la autopista y entonces todo fue una larga
carretera llena de risas, confidencias y migas de pan.
Los
bocadillos que había preparado y metido en la maleta ya nos los
habíamos comido y estábamos apartando las migas de nuestra ropa
cuando un coche, a alta velocidad, se dirigía a nosotros.
Recuerdo
que grité, recuerdo que Edouard giró el volante con todas sus
fuerzas hacia la derecha, recuerdo que me agarré del techo y levanté
las piernas inconscientemente para protegerme. Lo que no recuerdo fue
el impacto del coche contra el arcén ni cómo nos rescataron de
allí.
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