De corazón - Capítulo XII
Capítulo XII
—Yo
soy June Julissa, una amiga de Edouard, ¿qué ha pasado?
—¿Tú
eres la chica que estaba con él en el coche?
—Eh...
sí, era yo.
—Veo
que tú no estás tan mal como mi hijo... —Geraldine era su madre.
Respiré aliviada. Era muy joven para ser su madre y había
malpensado—. No te preocupes, a él se lo han llevado a quirófano
hace unos minutos.
—¿Ya
lo van a operar?
—Sí,
anoche despertó y los médicos le dijeron que podían operarle hoy
mismo para evitar mayores riesgos si se posponía la operación.
—¿Qué
clase de riesgos?
—No
lo sé, pero teniendo los huesos del cráneo fracturados, es muy
probable que pudiera sufrir daños cerebrales, por eso era tan
urgente operar.
—¿Cuánto
tardará la operación?
—Unas
horas, seguramente dos o tres.
Fui
con Geraldine a desayunar y me enteré de que su marido, el padre de
Edouard, se llamaba Noel y había fallecido recientemente. Por eso el
accidente de su hijo la tenía tan desmejorada, si Edouard moría se
quedaría sola.
También
supe por qué no parecía su madre. Geraldine se había quedado
embarazada de Edouard con tan solo diecisiete años. Se casó con
Noel, pues su familia era muy católica, y crió a su hijo en un buen
colegio privado que pagaba trabajando en una panadería familiar.
Después
de desayunar seguimos hablando hasta que miré el reloj y vi que
habían pasado las dos horas que supuestamente duraba la operación.
Subimos juntas las escaleras y nos sentamos en la sala de espera
hasta que salió el médico y, al vernos, sonrió.
La
operación había salido con éxito, habían logrado que los
fragmentos del cráneo no perforaran el cerebro y con una placa
metálica cada fragmento quedó perfectamente unido.
Edouard
seguía anesteciado, así que lo dejé con Geraldine para que lo
cuidara y me fui a casa a descansar sabiendo que él ya estaba bien y
que pronto volvería a tenerlo a mi lado luchando por ayudarme con
Travis.
Salí
a la calle y vi una hilera de taxis aparcados, me acerqué a uno y me
subí. Después de darle mi dirección, me acomodé en el asiento y
miré por la ventanilla las casas y los otros coches. Entonces me
acordé de nuevo de la persona con la que nos habíamos chocado en
ese accidente. Seguía sin recordar si era hombre o mujer, solo me
acordaba de un coche bastante grande y negro.
Llegué
a casa y entré para buscar algo de dinero y pagarle al taxista que
seguía esperando fuera. Después de pagarle entré de nuevo y cerré
la puerta con llave. Cerré también todas las ventanas y comprobé
que la casa estaba en orden. Poco a poco en mi cabeza se formaba la
idea de que el accidente había sido intencionado.
Recordaba
detalles, cosas simples, pero importantes. Recordé por ejemplo que
el conductor del otro coche era un hombre con barba y calvo que
llevaba unas gafas de sol negras. Sentí miedo al recordar su cara y
fui a la cocina a buscar algo de comida.
Había
un paquete de galletas y lo devoré mientras el agua de la bañera se
calentaba. Eché sales y aceites y sonreí al recordar que hacía
años que no me daba un baño con sales. Cuando mi cuerpo estuvo del
todo sumergido bajo el agua caliente de la bañera y la espuma del
jabón no dejaba ver sino mis rodillas sobresaliendo, oí un ruido.
Enseguida
me levanté y me puse en pie para coger la toalla con la que envolví
mi cuerpo. Era extraño que se oyeran ruidos tan cercanos a mi casa,
generalmente los vecinos no son tan ruidosos. Caminé hasta la puerta
donde se oía mejor ese ruido dejando las huellas de mis pies mojados
por todo el pasillo. El ruido era tan claro que parecía que la
persona que lo provocaba estaba al otro lado de la puerta, esperando.
Y
así era, de pronto sonó el timbre y me sobresalté. Pregunté quién
era antes de abrir la puerta y escuché la voz de Travis al otro
lado. Era imposible, debía ser una broma, pero no lo era. Tenía a
Travis llamándome desde el otro lado de la puerta. Yo solo tenía
que abrirle, pero sentía miedo de lo que podía pasar al hacerlo y
dudé unos segundos.
Finalmente
abrí.
—¡Travis!,
¿qué haces tú aquí? —dije abriendo la puerta sin fijarme en su
acompañante.
—Hola
June... —su tono era alegre y vivaz, como siempre.
—Travis,
¿con quién has venido? —ya me había fijado en aquel extraño
hombre con una muleta bajo el brazo.
—Él
es Bryan Swinton, es el chófer de mis padres y me ha traído hasta
aquí —el hombre era alto, calvo, de unos cincuenta años y que
hacía mucho ruido con la muleta, el mismo ruido que me había
asustado. Se notaba que no estaba acostumbrado a ella.
—Pasad
—dije apartándome de la puerta—. ¿Cómo habéis llegado hasta
aquí?
—Le
dije a Bryan que condujera hasta el parque donde me encontraste
aquella noche que te quedaste a dormir con nosotros...
—El
parque de la Luz —dije, y Travis asintió.
—Después
solo tuve que recordar el camino que hicimos caminando detrás de ti
cuando vinimos a buscar el desayuno.
—Vaya...
sí que sabes orientarte, pero ¿qué haces aquí? Tus padres estarán
buscándote de nuevo como locos y no dudarán en venir aquí con la
policía.
—Esta
noche han vuelto a salir con unos amigos y llegarán muy tarde.
—Aún
así es arriesgado, Travis.
—No
importa —y se acercó a mí para abrazarme. Yo le respondí al
abrazo y le di un beso en su cabecita. No recordaba la falta que me
hacía uno de sus abrazos, escucharlo hablar casi como un adulto o
ver sus ojillos azules.
Los
dejé solos unos minutos para ir a mi habitación a ponerme algo de
ropa y una toalla en el pelo del que caían pequeñas gotas de agua a
cada segundo.
—Señorita
—comenzó hablando Bryan, que hasta ahora había permanecido mudo,
nada más salir de mi habitación— yo he sido el chófer de los
señores Beaufort desde que tenía uso de razón. Empecé con el
padre y ahora sigo con el hijo, el señor Arles Beaufort. Hasta ahora
he trabajado para ellos sin quejarme ni cuestionarme nada de lo que
me mandaban a hacer, pues a veces no solo se trataba de llevar unas
cajas a un lugar a otro, sino cosas más graves.
—¿Qué
cosas son esas? —pregunté interesada en conocer los trapos sucios
de los Beaufort.
—Eso
es una historia demasiado larga, señorita. Si he venido hasta aquí
es para avisarla.
—¿De
qué? —comenzaba a asustarme.
—De
que corre peligro. El accidente de hace tres días no fue un
accidente, fue intencionado.
—¿Usted
qué sabe de eso?
—Todo.
Yo conducía el otro coche que chocó con el vuestro e hizo que
dieran vueltas de campana —un escalofrío recorrió mi espalda y mi
nuca haciéndome sentir mareada—. Travis se enteró de todo al
escuchar a sus padres discutir e intervino en la discusión de sus
padres para preguntar por usted. Entonces, yo, que lo escuché todo
desde el comedor de los empleados, vi como pegaban a Travis por
preguntar por usted.
—¿Qué?
—miré a Travis que estaba con la mirada perdida en el suelo y sus
manitas sobre el abdomen.
—Después
de eso me sentí culpable por lo que había hecho y decidí que
Travis se merecía a alguien mejor que cuidara de él, alguien como
usted.
—Pero
Travis ya no puede volver a quedarse conmigo.
—Sí
que puede. Quizá en esta casa donde ya la conocen no, pero busque
otro lugar, otro lugar donde huir con Travis para siempre. —Miré a
Travis y la idea le entusiasmaba.
—Lo
que tiene que hacer es denunciar lo que Arles le obligó a hacer,
cuidar de Travis por mí y esperar a que un juez me dé su custodia.
Hasta entonces si permanezco más tiempo con Travis, será un
secuestro para cualquier juez.
—Pero...
—Travis me miraba con lágrimas en los ojos.
—Travis,
cariño, lo siento. Edouard me está ayudando con tu custodia y, en
cuanto despierte, llevaremos a tus padres a juicio y lucharemos por
ti.
—¿Despertar?
—la pregunta de Travis hizo sentir incómodo a Bryan, que se
imaginaba la respuesta.
—Está
en coma tras el accidente, lo han operado esta mañana y los médicos
creen que despertará pronto, puede que ya lo esté, pero hasta
entonces solo podemos esperar.
—Siempre
estamos esperando...
—Lo
siento, Travis.
—No
es culpa tuya, June —Travis miró a Bryan—. Es culpa de mis
padres, por eso no los quiero.
—¡No
digas eso! Tienes que volver a casa y fingir que todo sigue igual,
que estás bien y a gusto con ellos y que ya no piensas en mí, será
la única forma que tengas de sobrevivir en esa casa.
—June...
—levanté las cejas a modo de respuesta— ¿me das otro abrazo?
Y
le abracé durante un largo rato mientras Bryan examinaba con la
mirada mi salón. Luego sonó el teléfono y me levanté a cogerlo
mientras me limpiaba las lágrimas con la manga de la camisa. Esta
vez eran lágrimas de felicidad.
—June,
soy yo —reconocí su voz, era Geraldine. Le había dado mi número
esa mañana mientras desayunábamos.
—¡Geraldine!,
¿ha ocurrido algo?
—Los
médicos tenían razón, hija, Edouard ha despertado.
—¿Ahora?
—Sí,
hace unos pocos minutos. Lo primero que he hecho ha sido avisar al
médico y lo segundo llamarte, ¿cómo estás?
—Yo
perfectamente —miré a Travis que estaba atento a la conversación—.
Voy ya mismo para allá, hasta luego.
—Hasta
luego.
La
señora Monnet era muy agradable y simpática y ya me había cogido
cariño, lo que no sabía todavía era la “amistad” que me unía
con Edouard. Aunque se lo imaginaba por cómo hablaba de él sobre
todo lo que me había ayudado como abogado y como amigo.
Colgué
el teléfono y me senté al lado de Bryan para darle la noticia.
—Edouard
ha despertado del coma, está bien.
—¡Dios
mío!, ¡cuánto me alegro!
—Me
imagino que esto deberá de ser un gran alivio para usted, pero nadie
más debe saberlo, ¿entendido? Para Arles y Romane, Edouard ha
muerto o sigue igual, lo que usted prefiera.
—Bien...
¿y eso para qué?
—Para
poder seguir haciendo lo que estábamos haciendo, pero ahora
clandestinamente. Yo le diré personalmente a Arles o a Romane que ya
no deseo la custodia de Travis y tú —me dirigí a Travis— debes
llorar y hacerles creer que estás triste porque ya no te quiero.
—Pero
June... tú me prometiste...
—Sí,
sí, es solo una mentira, Travis, yo te sigo queriendo —le piqué
un ojo.
—¿Vamos
a engañar a mis padres?
—Exacto.
Fui
hasta el hospital en el asiento trasero del coche de los Beaufort,
Travis estaba a mi lado y Bryan conducía en silencio con la música
puesta.
Mientras
Travis y yo hablábamos, notaba que Bryan me miraba por el espejo
retrovisor del parabrisas. Cada vez que lo sentía, miraba hacia
Bryan y él volvía la vista a la carretera, así unas cuatro o cinco
veces. No entendía qué le parecía tan interesante de mí, pero me
molestaba que me espiara mientras hablaba con Travis sobre Edouard...
me molestaba en general, aunque no estuviese hablando de nada.
Llegamos
al hospital y me despedí de Travis con un abrazo, de Bryan con un
hasta luego. Me bajé del coche y caminé hacia la entrada, luego me
giré y me despedí con la mano antes de terminar de entrar en el
hospital.
Subí
por el ascensor y nada más salir me encontré con Geraldine.
—Hola,
vamos a la habitación, Edouard no para de preguntar por ti —me
alegré de saberlo y noté unas cosquillas en el estómago.
—¿Por
mí?
—Sí,
el pobre no para de preguntar por June y pide que lo dejen verte,
piensa que sigues ingresada y que los médicos le dicen que no para
tranquilizarlo —recordé cuando yo desperté y estaba igual,
pensando que quizá él estuviese muerto.
—Está
bien, vamos.
Caminamos
hasta la habitación de Edouard que estaba a unos treinta metros y
cuando llegamos oímos gritos de las enfermeras y de Edouard.
Entonces me apuré en abrir la puerta para que me viera y se
tranquilizara. Y así fue. Nada más verme se calmó y sonrió
ampliamente. Volví a sentir cosquillas en el estómago y me sonrojé.
—June...
pensaba que...
—Lo
sé, tranquilo, tu madre me lo ha contado todo y tiene razón cuando
te dijo que yo estaba bien.
—Bueno,
tienes vendas en los brazos y en la cabeza.
—Sí,
golpes y arañazos, nada grave.
—Todo
lo malo me lo llevé yo, ¿no? —dijo tocándose la cabeza.
—¿Cómo
te sientes?
—Mareado
a ratos, pero bien.
—Te
irás sintiendo mejor poco a poco —intervino el médico que estaba
en la habitación.
—Eso
espero... —contestó Edouard— ¿puede dejarnos solos, por favor?
—se dirigió al médico y a las enfermeras, pero su madre también
se dio por aludida y salió fuera.
—¿Por
qué les has hecho salir? —pregunté nerviosa.
—Porque
quería hablar a solas contigo, June.
—¿Sobre
qué? —me fui acercando poco a poco a su cama.
—Creo
que lo sabes muy bien... y es algo de lo que debimos haber hablado
desde hace tiempo —aquellas palabras me dejaron sin habla ni
respiración—. June, me gustas —Edouard esperó mi respuesta,
pero seguía sin poder hablar—. No tenía que haberte dicho nada,
soy un idiota, lo siento —apartó la mirada avergonzado.
Entonces
yo reaccioné y, como seguía sin poder articular palabra, me lancé
a sus labios y le besé.
En
ese momento nos interrumpió Geraldine, que quedó enterada de
nuestra relación antes que nosotros. Había entrado para avisar de
que a Edouard debían hacerle unas pruebas más y luego salió
dejándonos de nuevo solos. Edouard y yo nos miramos y sonreímos de
la vergüenza y de la felicidad. Vergüenza porque su madre nos había
visto y felicidad porque nos habíamos besado... para él no era
nuestro primer beso, pero para mí, que la primera vez estaba
borracha, este beso sí fue el primero.
Llegó
el médico, Edouard se fue, Geraldine me miró y sonrió luego, yo me
sentí un poco incómoda y volvió el médico de nuevo con Edouard en
una silla de ruedas, para que no se cansara.
Era
tarde y después de despedirnos con otro pequeño beso, me fui a casa
a descansar.
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