De corazón - Capítulo XIV
Capítulo XIV
Esa
noche apenas pude dormir recordando la visita de Travis con Bryan
Swinton o la charla con Cédric Redfield. Estaba entusiasmada con
todo a mi alrededor, incluyendo, claro, mi relación con Edouard.
Pero también había descubierto hasta donde son capaces de llegar
los padres de Travis y estaba asustada, si hacían eso conmigo, ¿qué
no harían con Cédric si descubren que me ayuda?
El
problema no es que hagan daño al pobre de Cédric, sino lo que
afectaría eso a Christopher, que estaba siempre tan triste y
ensimismado que parecía ausente a todas horas.
Cuando
desperté no tenía nada que hacer, era fin de semana y no tenía
trabajo, así que fui a visitar a mis padres a Rennes en metro. Se
tardaba un poco más que en coche, a pesar de que el metro es más
rápido, pero el metro se desviaba bastante. Así que en vez de casi
dos horas, tardé tres. Comí una hamburguesa y un refresco en un
puesto cercano al metro y compré dos periódicos y una revista de
actualidad, para ponerme al día sobre lo que se decía de mí en
televisión, Internet y todos los medios de comunicación... de todo
el mundo.
El
viaje en metro fue complicado porque no recordaba las paradas ni
sabía a dónde ir. Miraba los mapas, me situaba, caminaba, me perdía
de nuevo y corría luego para no perder el metro. Cuando me senté en
el asiento del último tren que debía coger para llegar a mi casa,
me pude acomodar lo suficiente como para sacar la revista que me
faltaba por leer.
“Lucrecia
Strauss, ¿una víctima? Así mismo se declaraba ella a la salida de
su reformatorio cuando nuestras cámaras la grabaron, presuntamente,
llorando por la injusticia que se está cometiendo en su contra.
No
podemos saber si esas lágrimas eran ciertas o no, pero lo que sí
sabemos es que las imágenes cedidas anónimamente hablan por sí
solas. Juzguen ustedes mismos.”
A
continuación pusieron unas imágenes del vídeo de Lucrecia Strauss
maltratando a Rob y volví a retirar la vista de aquellas imágenes
como lo hice la primera vez cuando vi el vídeo. Eran unas imágenes
muy duras donde Rob aparecía con el rostro lleno de sangre que
brotaba de la nariz y que le salpicaba la camiseta del pijama.
Tanto
los periódicos como esta revista ponían a Lucrecia Strauss como la
presunta culpable de todo y luego unas imágenes con la cara de Rob
pixelada para que fuesen los lectores quiénes juzgaran. Y según
varias críticas que había leído por Internet, todos estaban en
contra de sus métodos, aunque siempre había alguno al que le
parecían bien porque los niños necesitan “disciplina”, pero yo
prefería no leer esos comentarios para que no me hirviera, más aún,
la sangre.
Llegué
al centro de Rennes, guardé todo en mi bolso y salí a la calle.
Respiré el aire frío de la lluvia, los olores a tierra mojada,
césped recién cortado y pan recién hecho me trasladaron a mi
niñez, cuando mi padre me llevaba en pleno invierno a comprar a la
panadería de una prima lejana suya y ella siempre me regalaba dulces
de mermelada de fresa. Seguí caminando y cogí un taxi para llegar a
casa.
No
eran más de las doce del mediodía cuando llegué y me encontré a
mi madre recogiendo la ropa de la azotea. Al lado de mi casa hay
varios solares vacíos, así que desde el final de la calle, donde yo
estaba, se veía toda la fachada lateral de mi casa. Silbé, ella se
asomó y saludé con la mano. En seguida la perdí de vista y terminé
de pagarle al taxista.
Corrí
calle arriba hasta la puerta de mi casa donde mi madre ya había
quitado el candado.
—¡François!,
¡es la niña!, ¡levanta! —pude oír antes de que se abriera la
puerta.
—¡Hola
mamá! —mi madre estaba con su pelo gris recogido en una coleta y
llevaba sus gafas de vista colgadas del cuello.
—¡June,
cariño! —me abrazó—. Pasa, pasa, ¿cómo estás?
—Bien,
tranquila. Los médicos me dijeron que estoy fuera de peligro.
—Gracias
a Dios, y tu amigo, ¿cómo está?
—A
Edouard lo tuvieron anoche en observación, pero está mejorando.
—Me
alegro, ese chico me caía muy bien —mi madre cogió aire antes de
volver a gritar—. ¡Françooois! —se oyó un 'ya voy' y mi madre
volvió a mirarme para seguir hablando—. Siento mucho no haber ido
a verte cuando te dieron el alta, pero no teníamos mucho más dinero
para pagar un taxi de aquí a Nantes y... nosotros ya estamos muy
viejos para conducir, cariño.
—Lo
sé, mamá, tranquila. He estado bien y... bueno, tampoco he estado
sola todo el tiempo.
—¿Qué
quieres decir?
—Travis
fue a casa a visitarme, mamá —sonreímos las dos—. Lo llevó el
chófer de sus padres poco antes de que Edouard despertara del coma y
luego se marchó.
—¿Sigues
teniendo intenciones de hacerte con su custodia?
—Sí,
sí las tengo. Travis dice que no quiere a sus padres y que quiere
estar conmigo, así que haré todo lo posible... —en ese momento
llegó mi padre.
—Hola...
—mi padre estaba desmejorado, tenía mal aspecto y el pelo revuelto
como de estar recién levantado.
—Hola,
¿estás bien?
—Sí,
solo es una gripe —tosió y se sentó en su sofá—.
—Lleva
diciendo eso desde hace una semana —me dijo mi madre refiriéndose
a mi padre.
Mi
relación con mi padre nunca fue muy buena desde que decidí estudiar
Pedagogía, que era lo que a mí me gustaba, y buscar trabajo en
colegios lejos de Rennes. Él sentía que lo había abandonado y eso
le dolía, pero no era capaz de ver que yo no le había abandonado,
solo estaba haciendo mi vida como hace muchos años hizo él la suya
casándose con mi madre y viniéndose a vivir a esta casa.
—¿Tienes
hambre? —me preguntó mi madre.
—Desayuné
una hamburguesa y todavía es temprano, prefiero agua o un refresco.
—Vale,
ahora vengo —mi madre se fue a la cocina y yo me quedé a solas con
mi padre en el salón.
El
silencio era incómodo. Era ridículo y patético que padre e hija no
tuvieran nada de lo que hablar el uno con el otro por un estúpido
enfado que ocurrió cuando tenía dieciocho años. Cuando, por fin,
llegó mi madre, me tomé mi refresco lentamente para tener la excusa
de no hablar.
Aparte
de Travis, Edouard o Lucrecia... mis padres y yo no teníamos nada
más de lo que hablar. Quizá del trabajo, pero mi padre se
molestaría y se levantaría del sofá. Pero yo no había hecho un
viaje de tres horas para veinte minutos, así que me dirigí a mi
madre.
—¿Quieres
que te ayude a cocinar, mamá?
—Sí,
vamos.
Nos
levantamos y fuimos juntas a la cocina dejando a mi padre solo viendo
la televisión.
—¿Cuándo
dejará papá de estar molesto conmigo por no haber estudiado
Farmacia?
—No
lo sé, cariño. Era el sueño de tu padre, ya lo sabes, tu abuelo
abrió esa farmacia con los pocos francos que tenía en los
bolsillos. Empezó siendo una botica y se convirtió en una de las
farmacias más conocidas y prestigiosas de la capital. Y cuando se
vio viejo para seguir en ella, quiso cedértela a ti y tú,
preferiste estudiar lo que a ti te gustaba y... lo desilusionaste.
—¿Entonces
dices que debí quedarme a su lado a pesar de que no me gusta
trabajar ahí?
—No
sé que hubiera hecho yo en tu lugar, June... pero la tristeza que tu
padre siente no es porque hayas preferido ser pedagoga a
farmacéutica, sino porque toda su infancia está reunida en ese
lugar que ahora permanece cerrado desde hace años. Siente que con él
morirá todo el trabajo de su padre, tu abuelo.
—¿Y
yo qué puedo hacer?
—Nada,
desgraciadamente, nada.
Seguimos
cocinando mientras iba pensando en esa idea. Desde los dieciocho años
pensaba que mi padre estaba enfadado conmigo porque no le gustaba mi
trabajo, pero era porque no quería que se perdiese la memoria de
aquél lugar, de su padre, de sí mismo cuando era un niño y luego
un joven licenciado en farmacia.
De
hecho, son tantos los recuerdos que mi padre guarda de ese lugar, que
uno de ellos fue conocer a mi madre. Según me contó él cuando yo
era una niña y me llevaba de paseo, era de noche y estaban a punto
de cerrar, pero una chica de pelo castaño y ojos oscuros, se
presentó delante de la puerta llorando. A la chica le faltaba el
aire porque venía corriendo desde muy lejos y mi padre no tuvo más
remedio que atenderla. Necesitaba algo para el asma de su hermana que
estaba sufriendo un ataque en su casa, mi padre cogió rápidamente
unos medicamentos del almacén y corrieron juntos hasta llegar a esa
casa. Entonces mi padre le salvó la vida a mi madre.
Esa
chica de pelo castaño y ojos oscuros era mi tía Thérèse, que
murió cuando yo tenía diez años. Era muy mayor, estaba enferma del
hígado y no pudo resistir la enfermedad, pero logró enamorar a mis
padres que, a día de hoy, siguen preocupándose el uno por el otro y
queriéndose como si fuera el primer día.
Al
final pasé una tarde agradable con mis padres y me marché después
de ver una película y tomarnos un café.
Hice
el mismo recorrido pero en sentido inverso y llegué cerca de las
ocho de la tarde a mi casa. Había anochecido y las nubes eran tan
negras que llovió durante toda la noche hasta bien entrada la
madrugada, así que preferí no salir a pasear como me gustaba hacer
antes de encontrar trabajo o, mejor dicho, antes de encontrarme con
Travis por primera vez.
Me
quedé en la cama abrigada con varias mantas y descolgué el teléfono
para llamar a Edouard, al que había avisado de que iba a casa de mis
padres para que no se preocupara ni viniera a verme.
—Hola
—contestó sonriendo, no lo vi, pero se lo noté en la voz— ¿qué
tal lo pasaste hoy?
—Bien,
ayudé a mi madre a preparar la comida y luego almorzamos todos
juntos.
—Ojalá
yo hubiera podido comer uno de esos platos tan ricos que cocina tu
madre... aquí me tienen a base de verduras guisadas.
—Esa
es la comida típica de hospital —nos reímos—. Prometo que
mañana me paso a llevarte algo de comida y dulces.
—No
hace falta que te molestes, mi madre me dijo lo mismo y seguro que
esta noche se acuesta tarde cocinando.
—Para
mí no hubiese sido una molestia, pero si tu madre ya está
cocinando... ¿cuándo te dan el alta?
—No
lo sé, creo que pronto, pero no me han dicho nada.
—Bueno,
quizá todavía estoy a tiempo de prepararte yo algo de comer, ¿te
gustaría?
—Claro,
estaría bien. Mañana el horario de visitas es solo por la mañana,
¿vendrás?
—Tranquilo,
iré... —suspiré—. Oye, Edouard... ahora que vengo de ver a mis
padres, me he acordado de una conversación que tuve con mi madre
acerca de ti.
—¿De
mí?
—Sí,
fue hace unos días, cuando fuiste a recoger a Travis a casa de mis
padres para entregárselo a Arles y Romane.
—Sí,
sí, me acuerdo.
—Mi
madre me contó que estuviste en mi antigua habitación hablando con
Travis y que cuando salieron, ambos estaban algo raros.
—¿Eso
te dijo? —su tono era de sorpresa.
—¿Exageró
o mintió en algo?
—No,
no, lo cierto que es sí hablamos en tu habitación y cuando salimos,
estábamos un poco tensos.
—¿Qué
pasó?, ¿Travis te contó algo sobre sus padres o sobre Lucrecia que
yo no sé?
—No,
no es eso, tranquila.
—¿Entonces?
—Es
algo más complicado que no puedo explicarte por teléfono, lo
siento. Veo que llega la enfermera con los medicamentos y la cena. Le
diré a mi madre que pase mañana temprano a buscarte para que te
traiga al hospital y ya hablaremos aquí, ¿vale?
—Está
bien hasta mañana.
Recuerdo
que esa noche dormí pensando en qué sería eso tan complicado que
tenía que contarme y que no podía hacer por teléfono. Le di
vueltas a todo y me imaginé cosas extrañas, finalmente pudo más el
sueño que la curiosidad.
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