De corazón - Capítulo XV
Capítulo XV
Geraldine
llegó esa mañana a las ocho y diez. Con un golpe en la puerta me
sacó de mis pensamientos y me levanté para irme. En su coche apenas
hablamos, la notaba preocupada y algo triste, pero no sabía si tenía
la suficiente confianza con ella como para preguntarle qué le
rondaba por la cabeza. Si supiera si eso estaba o no relacionado con
Edouard, me hubiese atrevido a preguntar, pero como no lo sabía,
callé durante todo el viaje hasta su casa.
Tal
y como me había dicho Edouard, Geraldine había ido a buscarme a mi
casa para ir juntas al hospital, ya que yo no tengo coche, pero
Geraldine tenía que regresar a por no sé qué papeles. Como íbamos
a tardar un poco, me ofreció un café y yo no lo rechacé.
La
casa de Geraldine era bastante amplia, con el suelo de madera oscura,
las paredes pintadas de blanco y los muebles en negro. Entre todas
las paredes blancas e impolutas pude distinguir una con un marco
gigante integrando varias fotografías. En muchas de ellas estaba
Geraldine con Edouard y otro hombre que no conocía, supuse que era
Noel, el padre de Edouard, y seguí observando las fotos. Había
muchísimas, pero una de ellas me llamó la atención por encima de
las demás. Era una fotografía de una playa en la que estaban
Edouard y otra chica montando un castillo de arena. Los observé y
deduje que Edouard tendría unos quince o dieciséis años en esa
fotografía, igual que la chica.
—Es
Béatrice Cooper, la mejor amiga de Edouard en el instituto.
—¿Eran
novios? —pregunté tragando saliva.
—Eso
creo, pero eran muy niños y muy vergonzosos para decírmelo. Era una
niña encantadora.
—¿Qué
pasó?
—Murió
—me quedé de piedra, abrí los ojos como platos y me giré para
ver a Geraldine— esa pobre niña tenía un padre que la maltrataba
y su madre estaba muerta, así que... un día su padre no midió la
fuerza con la que la golpeó y la dejó inconsciente... —Geraldine
se limpió unas lágrimas que le habían estropeado el maquillaje y
me miró antes de seguir— Béatrice seguía viva, pero su padre
pensó que la había matado y la enterró en el jardín de su propia
casa.
—¿Qué
pasó luego?, ¿la policía lo detuvo?
—Nunca
se supo nada de él. Mi hijo quiso hacerse policía para repartir
justicia, pero lo convencí para que no lo hiciera porque es una
profesión muy peligrosa.
—Así
que se hizo abogado...
—Exacto
—Geraldine respiró hondo—. Esta historia es muy triste y a
Edouard le sigue persiguiendo aunque hayan pasado casi diez años,
procura no recordárselo y si algún día se entera de que lo sabes,
no le digas que te lo dije yo.
—Descuide,
Geraldine. No diré nada.
—Gracias,
el café está listo.
Fuimos
al comedor y nos sentamos a tomar el café recién hecho con unas
magdalenas. Luego Geraldine recogió los papeles que había ido a
buscar y fuimos al hospital.
Allí
se paró a entregar los papeles que había ido a buscar a su casa, yo
seguí sin saber qué eran, pero no pregunté. La enfermera que le
atendió los revisó, asintió con la cabeza y los dejó sobre la
mesa. Luego fuimos a ver a Edouard que estaba bastante mejor, pero
los médicos estaban preocupados por las secuelas que pudiera tener
su memoria tras el accidente.
Para
eso eran los papeles, Edouard podía irse a casa pero debía hacerse
más pruebas. Así que mientras Geraldine recogía la ropa de su hijo
y la metía en una pequeña maleta, Edouard y yo salimos de la
habitación y dimos un paseo por el pasillo.
—¿Qué
era lo que no me podías contar anoche? —pregunté abordando de
nuevo el tema para ver su reacción.
—Verás,
June... es algo delicado.
—Cuéntamelo,
podré soportarlo —ni yo misma estaba segura de eso, pero sentía
curiosidad.
—Verás,
cuando hablaba con Travis aquel día en tu habitación, él me contó
lo mal que lo pasaba con sus padres cuando éstos le pegaban y... me
recordó a alguien que conocí hace años que sufría la misma
pesadilla que él —¡Béatrice!, recordé todo lo que me contó
Geraldine en su casa y se me puso la piel de gallina.
—¿Cómo
se llamaba?
—Béatrice,
Béatrice Cooper —Edouard me lo confirmó y le miré a los ojos con
tristeza recordando el trágico final de esa chica— June, ella
murió después de que su padre le diera una paliza y... no quiero
que le pase lo mismo a Travis. De eso hablamos, le conté la historia
de Béatrice.
—¿Y
él que te dijo?
—Se
quedó callado, creo que no le sorprendió saber que mi amiga había
muerto. Parecía acostumbrado a escuchar esas historias y me pregunté
algo a lo que llevo dándole vueltas en la cabeza desde entonces.
—¿Qué
cosa?
—Que
si a Lucrecia también se le habrá ido alguna vez la mano con un
niño...
—Eso
explicaría que a Travis no le sorprendiera escuchar que tu amiga
Béatrice murió.
—Debemos
preguntarle directamente.
—No
podemos acercarnos a él.
—Sí
podemos, lo dijiste antes del accidente, no hay orden de alejamiento
hasta que un juez no dicte la sentencia y no hay motivos para no
hacerle una visita, ¿no?
—Edouard...
es peligroso, hay algo que debes saber antes de nada.
—¿Qué?
—El
accidente no fue un accidente. Arles y Romane le pagaron a su chófer
para que nos embistiera y nos sacara de la carretera.
—¿C-cómo
sabes eso?
—Porque
el mismo chófer me lo contó la tarde que despertaste del coma.
—¿Y
no lo denunciaste?
—Está
arrepentido de todo, incluso me trajo a Travis para que le viera y
estaba preocupado por ti cuando se enteró que estabas en coma.
—June...
—me abrazó— todo esto es muy peligroso, debemos tener más
cuidado a partir de ahora y contraatacar.
—¿Cómo
vamos a hacer eso?, tú y yo no somos asesinos ni nada que se le
parezca, ¿qué piensas hacer?
—No
he hablado de matar a nadie, solo de contraatacar. Y no sé cómo,
pero algo haremos, ¿vale? Y recuperaremos a Travis, meteremos a
Lucrecia Strauss en la cárcel de por vida y a su amiga Catherine
Johnson también.
—¿Cómo
sabes su apellido?
—La
investigué la noche antes del accidente —me acarició el pelo
todavía sin soltarme del abrazo.
—Y
también al comisario Molineaux, es un idiota.
—Idiota
es lo menos que se merece... pero tienes razón, también merece
pagar por omisión de pruebas y dar un trato preferente a Lucrecia
frente a ti. Ante la ley se supone que todos somos iguales, ese
comisario no lo tuvo en cuenta y pagará por todo.
—Ojalá...
—suspiré— porque todo eso parece un sueño.
—Lo
lograremos cumplir, tú confía en mí.
—Ya
lo hago, Licenciado Monnet —reímos.
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