De corazón - Capítulo XVI
Capítulo
XVI
Esa
mañana viajamos con un coche de alquiler para no dejar a Geraldine
sin coche durante más de cuatro horas seguidas. Almorzamos en un
restaurante de Angers y luego fuimos caminando hasta la casa de Arles
y Romane. Encontramos la casa y quisimos tocar el timbre, pero
Edouard me detuvo.
Nos
fijamos en que las ventanas estaban cerradas completamente y que no
había indicios de que estuvieran en casa. Antes de tocar, decidimos
llamar por teléfono para ver si alguien respondía, pero desde fuera
oímos sonar el teléfono y nadie lo cogió. Llamamos una segunda vez
y comprobamos que no había ningún coche aparcado en la calle que se
correspondiera con los de la familia Beaufort. Arles y Romane habían
decidido irse de Angers, llevándose a Travis con ellos, quién sabe
a donde.
—Podrían
estar en París, en Lyon, en Cannes... incluso fuera de Francia.
Tengo entendido que tienen una casa en España y otra en Italia. Sin
contar con un apartamento en Londres.
—Odio-a-esa-familia
—dije apretando los dientes.
—No
ganas nada odiándoles, mejor vámonos a casa.
—¡No!,
no he hecho un viaje tan largo para nada, nos quedaremos a esperarles
por si vuelven.
—June...
no van a volver, saben que sabemos que esta casa es de ellos y que
tarde o temprano volveríamos.
—Pero...
¿y Travis? Le prometí que cuidaría de él y ahora no sé donde
está. Le he perdido, Edouard, le he perdido para siempre —me eché
a llorar desconsoladamente y él me abrazó para tranquilizarme. Pero
no lo logró. En ese momento la puerta de la casa de al lado se
abrió.
—¿Buscáis
a alguien? —preguntó una señora de unos sesenta años con el pelo
alborotado y carmín en los labios.
—La
familia que vivía aquí antes —contesté— ¿sabe a dónde han
ido?
—No,
no sé nada de esos estirados... para mí mejor que se hayan ido —la
señora volvió a meterse en su casa dando un portazo.
—Vámonos
June, daremos un paseo y volveremos a casa, ¿vale?
—Está
bien, vamos.
Durante
el paseo pasamos por una plaza con varios árboles de gran tamaño.
Me quedé sentada mirando un nido de pájaros en lo alto del árbol,
pero Edouard prefirió levantarse y caminar, según me hizo creer,
hacia una tienda para comprar agua.
Yo
seguía mirando los pájaros, los envidiaba, envidiaba a todos los
que veía sin preocupaciones, a los niños que jugaban con sus
padres, a los adolescentes que se besaban en los columpios, a los
ancianitos que paseaban por la acera cogidos de la mano... a todos.
Yo solo quería salvar a ese pequeño de sus padres y a sus amigos
sacarlos de ese reformatorio. ¿Era mucho pedir que se hiciera
justicia con ellos? En ese momento llegó Edouard que me sorprendió
abrazándome por detrás.
—¡Ya
estoy aquí!
—¡Qué
susto! —me giré para besarle— ¿Y el agua?
—No
he ido a comprar agua. Ven, sígueme —me cogió de la mano y tiró
de mí hacia la carretera.
Cruzamos
y caminamos hasta el final de la calle. Todos mis intentos de
preguntar a dónde íbamos eran silenciados, así que no pregunté
nada más hasta que giramos a la izquierda, en el final de la calle,
y vi un hotel.
Me
imaginé que hay estaban Arles y Romane escondidos con Travis y me
emocioné, pero a Edouard le cambió la cara.
—¿Qué
pasa?
—No
hay nadie escondido en ese hotel, o sí, quién sabe. Pero no Arles
ni Romane ni Travis ni nadie, June. Olvídate por unas horas de todo
eso, por favor.
—¿Si
no están ahí para qué me has traído hasta aquí?
—¿No
te lo imaginas? —me soltó de la mano bruscamente—. Yo tan solo
quería pasar la tarde contigo, nunca hemos podido estar juntos sin
pensar en Lucrecia, en Travis o en algo relacionado con eso. Y yo...
yo solo quería un momento de paz —se dio media vuelta y siguió
caminando sin mí, yo no reaccioné.
—Edouard...
—no se giró ni se paró— lo siento. —Caminé hasta llegar a su
lado y le cogí de la mano—. Mírame —lo hizo— siento mucho
haber sido tan estúpida, estoy obsesionada con esto, lo sé, pero
tienes que entenderme... no quiero que le pase nada malo a esos
niños, menos a Travis, y por eso es más importante para mí cuidar
de esos niños.
—Y
te entiendo, June, y yo intento ayudarte y ponerlo todo de mi parte,
pero no puedo más. Lo siento, esto es todo lo que doy de mí. No
conozco ninguna otra forma de llevar esto adelante, quizá deberías
buscarte a otro abogado más eficaz y... —le interrumpí.
—Más
eficaces no creo que los haya y más involucrados en la causa,
tampoco. Te quiero a ti como mi abogado y como... —me quedé
callada de repente.
—¿Y
como qué?
—Y...
nada, olvídalo. Vamos a ese hotel.
—No
—me cogió de la cintura, me apartó un mechón de pelo de los ojos
y me miró fijamente—. Termina de decirlo, por favor... —me lo
rogó de una manera que me heló la sangre y me dejó la piel de
gallina, pero continué, por él.
—Te
quiero como mi pareja, Edouard —y nos besamos, en mitad de la
calle, con los viandantes esquivándonos y una ligera lluvia
mojándonos la piel.
Finalmente
caminamos hacia el hotel, yo tenía la cabeza apoyada en su hombro y
él me rodeaba la cintura con su brazo. Llegamos a los pocos minutos,
el recepcionista reconoció a Edouard y le dio una llave. No tuvimos
que esperar, la habitación estaba lista para nosotros, esperándonos.
Subimos en ascensor y no pude reprimir una pequeña risa producto de
los nervios y la emoción.
Edouard
era fantástico, lo que cualquier mujer espera encontrar después de
ver una película romántica. Es el tipo de hombre con el que sueñas,
es atento y considerado. Se involucra en cada uno de mis problemas,
me ayuda incluso cuando no le he pedido que lo haga y sin esperar
nada a cambio. Y sin olvidarnos de lo romántico que está resultando
ser y de lo guapo y atractivo que es, aún más sin ropa.
Salimos
del hotel a la mañana siguiente después de que Edouard me
distrajera para pagar en recepción. Habíamos llamado a Geraldine
para que no se preocupara al no vernos llegar y fuimos caminando
hasta el coche.
Los
rayos del sol dificultaban la visibilidad en la carretera y a Edouard
le molestaba mucho más que a mí, así que conduje yo hasta Nantes.
Cuando llegamos, dejamos el coche en el concesionario y nos paramos a
desayunar antes de llamar a Geraldine para que fuera a buscarnos. No
tardó más de quince minutos en llegar y nada más subirnos nos
comenzó a incomodar con miles de preguntas. Afortunadamente se dio
cuenta de que sus preguntas no iban a recibir respuesta y calló, a
veces Geraldine suele ser así de indiscreta.
Con
mucho sueño acumulado de la noche anterior y miles de preguntas
acerca de dónde podría estar Travis, me dejé caer en la cama hasta
el mediodía. Había decidido ir a comprar algo de comida, comer y
salir a dar un paseo para relajarme un poco, algo que me distrajera.
Pero no lo conseguí.
Después
de un paseo por el mercado, rodeada de verduras frescas y frutas
recién traídas del campo, y después de un buen guiso caliente,
decidí hacer ejercicio. Muy pocas veces lo hago, pero me vestí con
un chándal cómodo y con unos auriculares que me hicieran
desconectar, y salí dispuesta a correr por todo Sautron.
No
exagero si digo que me cansé antes de salir de mi calle, pero logré
llegar bastante lejos. En casa, con la ayuda de un mapa, comprobé
que había corrido cerca de cinco kilómetros. Pero lo cierto, que a
pesar de haber sudado muchísimo y de haberme logrado sentir
renovada, estaba con los ánimos por los suelos si pensaba en Travis.
El truco estaba en no pensar en él, pero no podía dejar de hacer
eso, sus ojitos azules estaban presentes a cada momento. Necesitaba
por lo menos saber si estaba bien, y la duda me atormentaba.
Me
propuse buscarme un hobby, algo que no fuese siempre trabajar o
preocuparme por Travis. Algo que me sacara de la rutina de los
últimos días. El deporte había dado sus frutos en algunos
momentos, pero no me llamaba la atención, no me entusiasmaba.
Acabé
el día con una ducha y una cena ligera, al menos que los cinco
kilómetros valieran para algo. Me acosté a dormir dándole vueltas
a eso del hobby y acabé conciliando el sueño con una buena idea:
iba a aprender a tocar un instrumento. No sabía cuál ni dónde ni
cuándo. Pero la música me gustaba muchísimo y siempre había
tenido buen ritmo bailando, ¿por qué no tocando un instrumento?
Con
esas energías me levanté por la mañana para ir a trabajar e
informarme sobre los centros más cercanos para aprender a tocar un
instrumento. Abrí las ventanas de mi despacho y comencé estudiando
un nuevo caso de una niña con graves problemas sociales, de hecho,
muchos profesores la consideraban autista. Pero no lo era, así que
concerté una cita con sus padres y antes con la niña, para
conocerla.
Mientras
hablaba con la pequeña Andrea Fourcade, Arleth Oralia me llamó al
teléfono de mi despacho. Quería saber si estaba ocupada o no porque
el señor Redfield estaba esperándome. Se me aceleró el corazón y
le dije a Arleth Oralia que le hiciera subir mientras yo me despedía
de la niña, que más que autista solo era tímida.
—Cédric
—dije abriéndole la puerta—, espero que me traiga buenas
noticias.
—Bueno,
más o menos —dijo sentándose— hay padres que no han querido
involucrarse y otros que no se fiaban de mí. Pero he logrado reunir
a más de cincuenta padres.
—¿Tantos?
Yo me imaginaba que serían veinte o treinta.
—En
realidad eran casi ochenta padres, pero como le digo, muchos
rechazaron colaborar conmigo y otros no se fiaban de mí y me
preguntaban que para qué quería yo sus datos. Espero que cuando
vean que lo que tiene en mente da sus frutos, se unan a nosotros.
—Yo
también lo espero —le tendí la mano para que me pasara la lista—
¿qué tal Christopher? Arleth Oralia no me ha vuelto a decir nada
sobre él, imagino que es porque ya ha mejorado.
—Sí,
ya ha aprobado dos exámenes la semana pasada y esta semana tiene
otro para el que no para de estudiar.
—¿Y
usted pasa más tiempo con él?
—Cada
tarde le dedico unos minutos para hablar sobre nuestras cosas, ver la
televisión juntos o preparar la cena los dos.
—¡Vaya!
Me alegro que se hayan vuelto tan unidos, eso es algo muy bueno para
los dos.
—No
he vuelto a beber desde la última vez que hablamos, ¿sabe? Estoy
dejando la bebida con ayuda de un amigo y de mi hijo. Hasta he ligado
—su confesión me hizo reír.
—Disculpe,
Cédric, no me río de usted es solo que me alegro de que le vaya tan
bien. Tanto Christopher como usted se lo merecen.
—Gracias
señorita —bajé la mirada a la lista.
Efectivamente
era una lista muy larga y no tardé en fijarme que había algunos
nombres tachados, le pregunté a Cédric.
—En
la lista están apuntados los casi ochenta padres que le comenté, en
realidad son setenta y ocho padres. Los que están tachados son los
que no han querido colaborar.
—¿Cómo
ha conseguido esta lista tan completa, Cédric? Si no es
indiscreción...
—No,
no se preocupe. Cuando fui a buscar a mi hijo al reformatorio para
sacarlo de allí, conocí a una mujer que trabajaba cocinando. Hablé
con ella unos minutos, yo esperaba a que me trajeran a Christopher y
ella a que le pagaran su último sueldo.
—¿No
siguió trabajando en el reformatorio?
—No,
pero sus amistades dentro de él eran tan grandes que aceptaron
rebuscar entre los archivos y hacer fotos con sus móviles para
dárselas a esta mujer que conocí. Y ella me pasó las fotos de sus
amigas.
—Vaya...
qué valentía. Podrían haberlas descubierto y despedido. Pero no
les importó.
—Porque
quieren lo mismo que nosotros: justicia.
—Lo
conseguiremos, ya somos muchos luchando, de forma anónima unos y
otros... no tanto... pero al final somos muchos.
Seguí
leyendo, los nombres Arles y Romane Beaufort estaban tachados.
Pregunté con miedo de desvelar mi secreto de que conocía a Travis,
pero Cédric no le prestó importancia a mi pregunta y me respondió
como si nada.
—¿Cómo
consiguió contactar con todas estas familias?
—En
las fotos aparecía el número de teléfono y la dirección de las
familias.
—¿Qué
dirección aparecía para esta familia? —señalé los nombres de
los padres de Travis.
—No
lo recuerdo, pero tengo las fotos en mi casa. Si quiere puedo
traérselas mañana.
—Claro,
estaría bien saber de donde son estas familias que faltan...
básicamente porque si deciden unirse a nuestra causa, podremos
establecer un punto de encuentro cercano para vernos —mentí con la
voz temblorosa.
—Muy
bien visto, mañana le traigo las fotos, ¿le parece?
—Sí,
perfecto. Gracias Cédric, ha hecho usted un trabajo magnífico.
Usted, su amiga y las amigas de ésta.
—No
es nada, ojalá se pudiera hacer más.
—Tiempo
al tiempo, no nos desesperemos —me reí en mis adentros, pues la
primera en desesperarse siempre soy yo—. Nos veremos mañana,
buenos días.
Esa
tarde quedé con Edouard, al que tenía muchas ganas de contarle lo
que había pasado con Cédric. Mientras esperaba en la misma
cafetería de la última vez, pude ver en las noticias que salía
Lucrecia y la palabra 'juicio' en un rótulo grande y azul debajo de
su cara.
Al
momento llegó Edouard y se sentó en la mesa con una sonrisa, pero
yo le miré fijamente, ¿cómo es posible que no me hubiera contado
nada?
—¿Qué
sabes de un juicio de Lucrecia?
—¿Cómo
lo has sabido? —moví la barbilla señalando la televisión y él
mismo lo vio— No hay fecha todavía, pero la presión social es tal
que seguro será pronto. Estoy deseando ir a ese juicio.
—Yo
también. ¿Cuándo pensabas decírmelo?
—Lo
supe anoche y como habíamos quedado hoy... esperé a verte.
—La
próxima vez no esperes, llámame y dímelo. No me gusta enterarme
por la televisión.
—Está
bien, lo siento.
—No
importa, tengo algo que contarte...
—¿El
qué?
—Sé
cómo conseguir la dirección de Travis.
—June...
no te habrás metido en un lío, ¿verdad?
—No.
Bueno... no directamente. ¿Te acuerdas de Cédric Redfield?
—Sí,
el padre del niño que estuvo en el reformatorio y que ahora está en
el colegio.
—Exacto.
Cédric conoció hace un año a una mujer que trabajaba allí como
cocinera y esta mujer tiene buenas amistades ahí dentro que sacaron
fotos a varios archivos de Lucrecia Strauss. En esos archivos
aparecen los números de teléfono y direcciones de todos los padres
de los niños del reformatorio.
—¿Y
él tiene esas fotos?
—Sí,
me las dará mañana. Espero que ahí estén las otras direcciones de
los Beaufort.
—Casas
tienen muchas, lo que nos sirve son los números de teléfono.
Llamaremos hasta que nos respondan. En la casa en la que nos
respondan, será en la que ellos estén.
—Puede
que nos responda el servicio.
—No
creo que haya nadie en esa casa para mantenerla limpia si la familia
no está allí, como mucho tendrán vigilancia, para que nadie entre
a robar o cosas así.
—Tienes
razón, estoy deseando llamar a esos números.
—Y
yo. Espero que al que llamemos y nos respondan no sean de una casa
fuera de Francia.
—No,
creo que están cerca. Tú mismo lo dijiste: estaban en Angers porque
necesitaban estar cerca de Nantes ante la posibilidad de un juicio.
El juicio está próximo, ¿no? Hasta lo anuncian en la televisión,
así que estarán por aquí.
—Eso
espero, sino, nos quedaremos sin posibilidades de encontrar a Travis.
—¿Qué
haremos cuándo le encontremos?
—Contraatacar.
No hay comentarios
Publicar un comentario
¡Gracias por comentar!