#4 Ejercicio de Escritura de Literautas: Desde el interior del almacén
¡Hola hola! Hacía 5 meses que no traía un ejercicio de la lista de ejercicios de escritura de Literautas porque el 4º ejercicio consistía en describir objetos con otros sentidos que no fueran la vista y no se me ocurría nada interesante. Pero hoy me quise poner a ello a ver qué salia y se me ocurrió que el personaje podría estar encerrado en algún lugar. Y como también tengo un ejercicio de escritura de los míos que debe desarrollarse en un cuarto oscuro, pues mezclé los dos y me salió esto jajajajaja.
DESDE EL INTERIOR DEL ALMACÉN
No sé cuanto tiempo ha
pasado, pero sigo aquí encerrado. Es probable que pase la noche aquí
dentro hasta que llegue mi jefe por la mañana, abra el restaurante y
escuche mis gritos. Entonces me abrirá la puerta, que solo puede
abrirse desde fuera y, si tengo suerte, solo me echará la bronca.
Sino, ya me vale actualizar el currículum.
Dentro del almacén hay
infinidad de productos, pero yo tan solo llevo 2 semanas trabajando
aquí y no me sé el orden en el que están ordenados, así que voy
tocando estante por estante para descubrir algo que echarme a la
boca... Si voy a cenar aquí, al menos que sea una cena decente. En
el primer estante que tengo a la altura de mis ojos puedo adivinar
unos botes de cristal. En ellos hay pasta y cereales, o eso creo,
puede que mi memoria esté fallando. Pero si cojo uno para abrirlo y
se me cae, será peor que no comer nada en toda la noche.
Sigo moviendo mis manos,
con cuidado, entre los delicados botes de cristal y llego a unas
cajas de cartón. Creo que ahí es donde están guardadas algunas
legumbres que el chef acaba de comprar y por eso siguen en cajas.
Todos los productos frescos como frutas, verduras, yogures y ese tipo
de cosas están en el frigorífico. Uno tan grande que puedes
meterte dentro y la temperatura es muy baja. No como la del
congelador que tenemos al otro lado de la cocina, pero
suficientemente baja como para pillar una hipotermia si me quedo
encerrado ahí toda la noche.
Me di media vuelta y me
acerqué con cuidado a la estantería de enfrente, fui despacio para
no chocarme y de pronto me di de narices con una barra de aluminio
que forma parte de los estantes. Solté un chillido y me froté la
nariz, de pronto empecé a notar un líquido caliente salir por ella
y llegar a mis labios. Me había hecho sangre y no tenía con qué
limpiarme, estoy dejando el almacén de uno de los restaurantes más
prestigiosos del país absolutamente contaminado con mis germenes.
Sin duda alguna, estoy despedido. Una pena, me gustaba trabajar aquí
cumpliendo mi sueño de cocinero.
Siempre me ha gustado
cocinar, pero nunca me lo tomé en serio hasta que con 18 años me
preguntaron qué quería estudiar y elegí Gastronomía. Luego fue
cuestión de suerte aterrizar aquí con tan solo 21 años.
Después de limpiarme con
la camiseta, seguí en mi búsqueda de comida y di con algo extraño.
Al tacto era rugoso y me dio un poco de miedo tocarlo y romperlo,
pero lo intenté aplastar un poco a ver si era totalmente sólido y
me sorprendió que se hundiera bajo la presión de mis dedos.
Entonces el ruido que hizo al arrugarse fue inconfundible: era papel
de aluminio. Pero, ¿qué podía haber ahí guardado en papel de
aluminio? ¿no debería de estar en el frigorífico?
Con cuidado fui tocando
los bordes de aquel rectángulo que me parecía una bandeja. Logré
abrir el papel de aluminio dejando al descubierto lo que
probablemente fuera mi cena, acerqué mi nariz malherida e intenté
captar algún olor que me sirviera para adivinar qué era, pero había
perdido el olfato con el golpe. Solo quedaba tocarlo y darle un
mordisco. Así que sin miedo, pensando que ya estaba despedido de
todas maneras, metí mis dedos en lo que parecía una masa de
bizcocho y algo viscoso. Lo metí en mi boca y entonces los ojos se
me pusieron como platos. ¡ERA TARTA! Pero no cualquier tarta, la
tarta de cumpleaños de mi jefe...
Ahora sí que sí, adiós
mundo cruel.
Me terminé la tarta,
total, ya la había destrozado, ¿no? Dejé caer mi cuerpo contra la
puerta del almacén y cerré los ojos. No sabía qué hora era, lo
más seguro es que ya fuera la una de la madrugada porque el
restaurante cierra a las diez para los clientes, pero nosotros nos
quedamos siempre dos horas más para limpiar y recoger todo para el
día siguiente. Así que sobre las doce normalmente todo el mundo está saliendo. Yo me quedé el último para entrar al almacén a guardar un carro
viejo que utilizamos para transportar las botellas de aceite o de
agua y dejarlas aquí.
Pero justo al dejar el
carro apoyado en la pared, escuché el chirrido de la puerta al
cerrarse, corrí hacia ella antes de que se cerrara del todo, pero no
llegué a tiempo y aquí estoy.
De pronto oí unos pasos,
una puerta abrirse y luego cerrarse, más pasos cerca de mí y un
suspiro. Había alguien al otro lado. Me puse de pie, grité y
aporreé la puerta con todas mis fuerzas.
—¡Serrano! ¿qué
haces aquí? —preguntó Romero, otro pinche de cocina como yo. Me
observó con cara de asco y entonces me acordé de la sangre, miré
mi camiseta y estaba llena de ella. Es más, estaba lleno de nata y
bizcocho.
—Me quedé encerrado...
—confesé pasando por su lado para salir al fin de aquel almacén.
Romero se quedó un rato callado, asimilando la noticia y luego
estalló en carcajadas que ofendieron mi orgullo.
Cuando se tranquilizó me
preguntó por la sangre y por la nata. Le dije que al estar a oscuras
dentro del almacén me había dado en la nariz contra un
estante y que lo demás era una tarta que me había comido pensando
que pasaría allí toda la noche.
—¿La tarta? ¿¡TE HAS
COMIDO LA PUTA TARTA!? —Romero se puso pálido y pegó un grito que
me dejó la piel de gallina.
—Era para mañana,
¿verdad? —pregunté mientras Romero entraba en el almacén y
sacaba la bandeja con los restos de bizcocho que quedaban. Entonces
vi que su expresión se había relajado y estaba sonriendo.
—¿Tanto te alegra que
me vayan a echar a la calle? —demandé enfadado.
—Esta tarta la hicimos
el chef y yo, era para el cumple del boss, pero al final nos dimos
cuenta de que la base era muy pequeña para tantos invitados e hicimos
otra desde cero mucho más grande. Imagino que esa la guardó en el frigo,
menos mal... Esta la guardamos simplemente porque nos daba pena
tirarla y pensamos en reutilizarla para cortarla en pedacitos y hacer
postres... Aunque claro, ahora tenemos que pensar en otro postre,
¿verdad, Serrano?
La explicación de Romero
me dejó aliviado, como si me hubieran quitado un peso de encima...
Aunque cabía la posibilidad de que mi compañero me delatara, pero
si me iba y volvía mañana como si nada y sin sangre encima, sería
su palabra contra la mía.
—No me llames Serrano,
prefiero Guille, lo sabes. ¿Qué piensas hacer ahora? —preferí
preguntar antes de ponerme a la defensiva, a lo mejor no pensaba
delatarme.
—Pues si te limpias,
porque no te ofendas pero das asco, me podrías ayudar a terminar la
tarta de mañana, preparar los postres que te acabas de cargar y
limpiar toda la cocina. ¿Es justo, no Guille?
—Es justo —respondí
yo mientras me dirigía al baño.
Me lavé la cara, me
quité la camisa y el delantal manchado en sangre y los dejé en mi
coche que estaba aparcado fuera. Allí tenía ropa de recambio porque
siempre acabo manchándome de comida a pesar de llevar el delantal.
Me vestí y regresé.
—Bien, Guille... No le
diré nada al boss si me ayudas, pero tú también tienes que dejar
de llamarme por el apellido como si fuéramos soldados, soy Paco,
joder —y volvió a reír estrepitosamente solo que esta vez yo reí
con él.
Terminamos la tarta de
cuatro pisos, le pusimos fondant violeta por encima porque ese era el
color del restaurante, con una manga pastelera le dimos los últimos
retoques y luego pusimos unos muñecos hechos de fondant que había
preparado el chef, que era un experto en mini esculturas
personalizadas y nuestro segundo jefe, que le había dado las llaves
a Paco para que terminara la tarta esa noche.
Después de terminar
volví al almacén con mucho cuidado, me daba miedo que la puerta se
cerrara o la cerrara Paco para hacerme la broma. Pero esta vez no
hubo problemas, saqué los moldes de los cupcakes y puse dentro la
masa. Los horneamos mientras terminábamos de limpiar y luego los
sacamos para decorarlos. Esos serían los nuevos postres, mucho más
vistosos y con el logo del restaurante. Al jefe le encantaría y
cuando le preguntara al chef quien lo había hecho, el chef nos
señalaría a mí y a Paco y tendría un ascenso asegurado. Quién me
lo hubiera dicho a mí tres horas antes...
Esa noche volví a casa y
dormí del tirón. Cuando me desperté fui corriendo al restaurante
donde estaban ultimando todos los detalles. No encontré ni a Paco ni
al chef así que simplemente me puse a cocinar como habitualmente. No
había demasiados clientes, así que el día se pasó tranquilo. A la
tarde entraron varios clientes que llenaron todas las mesas y
cerramos el local. Yo aún no lo sabía pero eran los invitados al
cumpleaños, todos amigos del jefe.
Cuando éste por fin
llegó, acompañado del chef y de Paco, tuve un mal presentimiento.
Después de cantar el cumpleaños feliz y de que todos los invitados
saludaran al cumpleañero, Lourdes sacó la tarta que habíamos
preparado Paco y yo anoche con las velas encendidas. Todo el mundo
aplaudió, cantó y sacó fotos. Yo me sentí orgulloso de la tarta,
el fondant que había preparado había quedado precioso, sin ninguna
burbuja y había acertado en la cantidad exacta de colorante violeta
para lograr el color del logo del restaurante.
Después de soplar las
velas, el jefe se acercó para observar mejor a los muñecos, eran él
y el chef que también era dueño del restaurante. De hecho eran
medio hermanos, el jefe no sabía cocinar pero tenía el dinero para
abrir el restaurante y su medio hermano siempre había amado la
cocina así que lo habían abierto juntos en 2001.
Entonces se produjo el
momento que estaba esperando, la pregunta del jefe sobre quién había
preparado la tarta. Su hermano sonrió y señaló al chico que tenía
al lado, un sonriente y creído Paco que estrechaba la mano del boss,
como lo llamaba él. Se me revolvieron las tripas, pero fue peor
cuando escuché decir de boca del chef:
—¿Has probado los
cupcakes? ¡El chico es un artista, le dibujó hasta nuestro logo!
Paco seguía sonriendo
triunfante por un trabajo que no era el suyo, los cupcakes los había
hecho yo y la tarta la habíamos hecho juntos. ¿Dónde estaba el
crédito por mi trabajo?
—¡Están deliciosos!
Voy a tener que subirte el sueldo, chico... —dijo el jefe y ahí
fue cuando estallé.
Pero no quería montar un
espectáculo, entré de vuelta en la cocina a preparar la cena de más
de 100 invitados. Quise haber tenido la oportunidad de hablar cara a
cara con Paco Romero, pero él estaba de invitado también. Así que
después de salir del restaurante volví a casa enfadado pensando en
todo lo que le diría al día siguiente.
Cuando sonó el
despertador me di una ducha, me vestí y conduje hasta allí. Me di
cuenta de que era el primero en llegar, el chef y el jefe se habían
ido de copas después de la cena en el restaurante, así que
llegarían tardísimo. Y los otros pinches de cocina, sabiendo esto,
probablemente se habían aprovechado para dormir un ratito más.
Entonces me quedé por
fuera esperando a que llegara alguien que tuviera las llaves... Pero
no aparecía nadie, ni siquiera Paco y eso me extrañó. Luego llegó
Lourdes y otra cocinera. Más tarde Javi y luego Merche... Ya era
casi la hora de abrir y llamé al chef que debía de estar con
resaca.
—Señor, soy Guille...
Estoy por fuera del restaurante, pero no hay nadie y no puedo entrar.
—¿Cómo que no hay
nadie? ¿y Paco? —preguntó con voz ronca, se notaba que estaba
algo afónico.
—No ha llegado, señor.
—Pero... ¿cómo que no
ha llegado, si esta mañana me dijo que iba para allí a preparar una
cassoulet para hoy?
—Pues aquí no hay
nadie, ¿qué hago? —pregunté mientras veía acercarse a una
pareja que reconocí como clientes habituales.
—Puedes entrar poniendo
el código de la alarma, es el 002265
Pulsé los números y
efectivamente, la puerta cedió al peso de mi mano y se abrió,
encendí las luces sin colgar el teléfono y entraron los demás
pinches de cocina. Lourdes fue la primera en abrir la puerta de la cocina, pero no
vimos a nadie. El chef no podía creérselo, ¿dónde se había
metido el irresponsable de Paco? Y por fin escuché un grito desde el
interior del almacén.
—Lo hemos encontrado,
señor... Parece que se quedó encerrado en el almacén.
Al otro lado del teléfono
pude escuchar el enfado del chef, estaba muy molesto con Paco y Paco
tenía la cara desencajada al verme hablando por teléfono con el
otro big boss...
Supongo que fue mejor idea dejar que el karma actuara por sí solo.
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