No se lo digas a nadie - Capítulo IV [final]
Presente. Febrero 2017:
—¿Jura solemnemente decir la verdad, toda la
verdad y nada más que la verdad?
—Sí, lo juro.
Hace 7 meses. Julio del 2017:
Donato
se despertó sobresaltado. Tenía pesadillas con el cadáver de Darío en el salón.
Pero la pesadilla más recurrente era en la que la policía entraba a su casa y
les acusaba de haber mentido, los arrestaban a los dos por haber manipulado la
escena del crimen para que pareciera un accidente y los condenaban a cadena perpetua.
A pesar de saber que eso no existía en España, pero podían condenarlo
igualmente a pasar el resto de su vida entre rejas.
Por
eso sabía que, si algún día la policía llegara a descubrir la verdad, él
aceptaría la culpa para evitarle ese destino tan traumático a su hermano Noel.
Desgraciadamente
para los hermanos, la pesadilla de Donato no tardó mucho en volverse realidad.
A la mañana siguiente un coche de policía aparcó frente al portal del edificio
donde vivían Noel y Donato. Una agente se apeó del coche con rostro serio, a su
lado apareció otra mujer que era la que había conducido. Ambas se dieron la
vuelta, mirando hacia la carretera y, entonces, fue cuando aparecieron dos
coches de policía más que habían llegado como refuerzos.
—¿Qué
les hizo tardar tanto, chicos? —preguntó la mujer que se había bajado del coche
primero.
—Lo
siento, no volverá a pasar —respondió uno de los detectives a quien parecía ser
la comisaria.
—Vamos,
entremos.
Uno
de los detectives tocó la puerta, despertando a los dos hermanos. Donato, por
respeto, seguía durmiendo en el sofá, ya que la habitación de Darío permanecía
siempre cerrada. Así que Donato fue el que abrió la puerta a los policías.
—A
partir de ahora —dijo la comisaria— yo llevaré el caso de la muerte de su compañero
de piso. Soy la comisaria del Departamento de Homicidios.
—¿Homicidios?
—preguntó Noel asustado.
—Eso
he dicho. Os necesito a ambos listos para llevarlos a comisaría donde serán
interrogados por mis hombres.
—¿Somos
sospechosos? —preguntó Donato mirando con preocupación a su hermano pequeño.
—Eso
me temo, sí. La muerte de Darío es considerada desde hace unas horas un
homicidio y no un accidente.
—¿Por
qué? —preguntó Noel.
—Lo
sabrá en cuanto le llevemos a comisaría.
La
mujer salió de la casa, no sin antes escanear con la mirada todo el salón y
parte de la cocina donde había tenido lugar la pelea entre Noel y Darío.
Al
parecer, el médico forense había dictaminado que la causa de la muerte de Darío
era, en efecto, el impacto en la zona occipital, lo que causó una hemorragia
cerebral. Pero antes de ese golpe, se manifestaron unos hematomas antemortem
reveladores, puesto que eso significaba que había habido una pelea. Los
hematomas aparecieron en ambos lados del pecho de Darío y en un ojo, el
izquierdo.
Cuando
los detectives presentaron estos hechos a los dos hermanos, Noel se mantuvo
frío e inmóvil. En cambio, Donato estaba arrepentido y apenado, de este modo,
acabó confesando que había sido él quién golpeó a Darío porque se enteró de que
éste le había plagiado una obra a su hermano. Noel había trabajo muy duro para
escribir esa historia, había pasado noches en vela escribiendo y días entero en
la biblioteca, había dejado de pasar tiempo con él para dedicárselo a ese
libro. Y ahora, Darío, había traicionado su confianza y amistad y había
plagiado esa obra para aprobar una asignatura.
Los
detectives preguntaron cómo fue la pelea y, visto que Donato conocía toda la
historia de boca de Noel, fue capaz de describir a la perfección la pelea.
Al
cabo de unas horas de tomarle declaración al hermano mayor, los policías dejaron
marchar a Noel porque Donato había confesado. Noel quiso decirles que no, que
el asesino era él, pero no tuvo el valor y dejó que se llevaran a su hermano.
Presente. Febrero del 2017:
Noel:
—Tienes
que parar esto —le ruega Noel a su hermano.
—Sabes
que no puedo. Si cuento la verdad ahora, volverán a abrir el caso y tu vida
estará en peligro. Tenemos que seguir con el plan —responde Donato.
—Pero…
Lo hice yo. Yo le maté. Yo debería de estar aquí y no tú —confiesa Noel.
—¡Calla,
te pueden oír! Tú tienes una vida por delante, una carrera y un talento innato.
Úsalo. Haz que todo esto valga la pena…. —concluye Donato antes de que uno de
los guardas dé por finalizada la visita.
***
—¿Cómo
se declara el acusado? —pregunta el juez.
—Culpable
—responde Donato.
***
—Se
condena al acusado a veinte años de cárcel —clausura el juez.
***
—¿Jura
solemnemente decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? —pregunta
el fiscal del Estado.
—Sí,
lo juro —responde Noel.
Era
el veinticuatro de febrero cuando Noel subió al estrado por primera vez en su
vida. Su hermano estaba sentado en el banco de los acusados. A pesar de haberse
declarado culpable, los detectives habían vuelto a abrir el caso al descubrirse
nuevas pruebas de las que Noel desconocía, aunque Donato sabía lo que era
porque su abogado se lo había contado minutos antes. Se trataba de un anillo
que encontraron bajo el mueble de la cocina donde tuvo lugar la pelea. Noel
pensaba que lo había perdido en otra ocasión, no recordaba que se le hubiese
caído durante aquel enfrentamiento con Darío, así que nunca se había preocupado
de buscarlo.
—¿Reconoce
esto, señor Castillo? —preguntó el fiscal enseñándole a Noel una bolsa de
plástico transparente con un anillo dentro.
Se
podía ver claramente que el anillo tenía sangre y Noel entró en pánico. Donato
rezaba para que su hermano dijera que no y, así, poder decir que era suyo. Pero
la policía debía de saber algo más, de lo contrario no estarían haciéndole
perder el tiempo a todo el mundo por un anillo.
—No —mintió
Noel.
—Señor
Castillo, le recuerdo que está bajo juramento.
Noel
comenzó a sudar, intentó esconder sus manos temblorosas, pero era obvio que
estaba nervioso, así que el fiscal presionó un poco más.
—Conteste
a la pregunta, señor Castillo.
—¿Puedo
ver el anillo de nuevo? —demandó Noel.
El
fiscal se lo acercó y Noel tomó una bocanada de aire antes de romperse a llorar
y confesar.
—Es
mi anillo —declaró Noel.
—Así
es —dijo el hombre mostrándole el anillo al resto de la sala—. Este anillo es
una de las pruebas que demuestran que el acusado, Donato Castillo, no cometió
el crimen por el que se le imputan veinte años. En cambio, fue usted, ¿verdad? —preguntó
mirando a Noel.
—¡Protesto,
su Señoría! —exclamó el abogado de Donato.
—¿En
base a? —preguntó el juez esperando una respuesta que no obtuvo— ¡Propuesta
denegada, abogado!
—Se
lo preguntaré de otra manera, señor Castillo: tengo en mis manos un anillo que
usted ha identificado como suyo con sangre que pertenece a su compañero de
piso, Darío García. ¿Estuvo usted presente en la escena del crimen?
La
madre de Darío, que estaba en el otro banco de la sala, se tapó el rostro para
que nadie la viera llorar. Ahí fue cuando Noel decidió ser valiente y contar la
verdad de una vez.
—Sí —respondió
Noel— Yo, yo le empujé.
Todos
en la sala se quedaron en shock. Donato estaba furioso, ahora no solo estaría
él en la cárcel por cómplice, sino también su hermano. Se había sacrificado
para nada.
—O
sea, ¿está usted confirmando que fue usted el responsable de la muerte de Darío
y no su hermano Donato?
—Sí.
—¿No
es verdad también, señor Castillo, que su hermano ni siquiera se encontraba en
su casa en el momento de los hechos?
Noel
no se esperaba que supieran también eso. La policía había revisado su registro
telefónico que indicaba que Noel le había hecho una llamada a su hermano de un
minuto y medio de duración. Las antenas telefónicas situaban a Donato a quince
kilómetros de distancia de su casa y las cámaras de seguridad del supermercado,
confirmaban que no había estado en casa mientras se producía la pelea.
***
Noel
acabó siendo condenado a los veinte años que habían condenado a Donato. A
Donato, en cambio, le redujeron su sentencia a cinco años y seis meses por
encubrimiento.
Al
salir de la cárcel por buen comportamiento, habiendo cumplido tres años, Donato
decidió que lo primero que haría sería casarse con su novia Inés, que no lo
había dejado a pesar de las discusiones que había tenido la pareja o del encarcelamiento
de Donato.
Noel,
por el contrario, se ganó una buena reputación dentro de la cárcel porque con
sus historias lograba que los presos se mantuvieran distraídos de su realidad.
Y así fue como escribió una novela en la que Darío no le mentía y le plagiaba,
él no le empujaba y no mentía a la policía sobre que era un accidente o que
fuera Donato el culpable. En su novela Darío terminaba su carrera, era feliz y
se casaba con Ale, la chica de la que estaba enamorado.
Y él
tenía éxito con su novela a la que llamaría No
hay fronteras para el amor, dado que Philippe y Esmeralda eran de
nacionalidades distintas que, para más inri, habían estado enfrentadas en
guerra. Después del éxito de esa novela que lo catapultaría a la fama,
escribiría muchas más y podría vivir de su escritura y devolverles a sus padres
todo el esfuerzo que hicieron por él.
Unos
padres que tuvieron que esperar a que su hijo cumpliera treinta y ocho años
para verlo fuera de la cárcel.
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¡Y hasta aquí la historia de Darío y Noel! Espero que os haya gustado y os haya emocionado aunque fuera un poquito.
Un beso muy grande a las administradoras de esta fantástica iniciativa: +Sara P. L. y +Gema Vallejo y también a mi compi +R. Crespo por tener tanta paciencia conmigo, ya que la ronda comenzó desde principios de febrero pero yo soy una despistadilla jajajajaja.
¡Hasta la próxima!
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